Este verano me fui, en boca del papa Francisco, «al fin del mundo», a Argentina. El motivo era visitar a mis ancianos padres y la estancia muy reducida, apenas 12 días. Tiempo suficiente para constatar dos cosas fundamentales: una, la gran alegría, entusiasmo y fuerza de mis compatriotas, que ante la elección de Francisco, «uno de los nuestros», todos se han puesto la camiseta del Evangelio y día a día regresan a las iglesias, las llenan y buscan cómo comprometerse y salir para hacer «lío». Otra cosa evidente e indignante, la corrupción, el grado de degradación y desprestigio de la clase política, y ver cómo un País va a la deriva al ritmo de una presidenta que está absolutamente desequilibrada y que tiene un grupo de aplaudidores que viven del sistema mientras sumergen a 40 millones de argentinos en la más absoluta miseria.
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He visto que la fe no es el opio del pueblo, es la fuerza, la pasión y el revulsivo para que la gente se ponga en pie y diga basta, y para que lo haga con coherencia evangélica.
La fuerza de un líder, como es Francisco, ha borrado diferencias, y de pronto el ecumenismo y la opción por los más empobrecidos se ha convertido en el anhelo y la alianza que dinamiza a un País y le da fuerza.
Me decía un creyente convencido: cuando fue al encuentro de los jóvenes en Brasil, nuestra Presidenta se hizo una foto con el Papa y empapeló el País en campaña política. Los argentinos no les creyeron, y quien quiso utilizar al Papa y a la Iglesia vio como eso
se le volvía en contra. Y es que cuando uno se acerca al evangelio recupera el buen olfato y sabe dónde está la verdad y dónde el engaño. Y esta persona añadía: así como el compromiso y la opción de Juan Pablo II pulverizó el telón de acero, la fuerza y la coherencia de Francisco pulverizará la corrupción, que en Argentina se escribe con K, y, por fin, unidos por la persona, saldremos adelante.
Ha sido un viaje duro. Pude viajar en el subte, como Francisco, y allá se toma el pulso de la ciudadanía, se ven los rostros, y confieso que no distan mucho de los que veo en Cataluña y España, todos o la mayoría marcados por la crisis y la desesperanza. Estoy convencida de que el cambio no vendrá por personajes a los que poco importan las personas: el cambio vendrá desde dentro y liderado por referentes auténticos y transparentes.
Argentina, el mundo, el planeta está en crisis, y ésta tiene matices, pero es el síntoma o el botón de alerta de que vamos al precipicio y de que todavía podemos hacer algo… No es tarde. Juntos podemos más.
Dejemos la pompa, la frivolidad, las ideas vacías, la apariencia y la búsqueda y conquista de lo personal de forma egoísta. Pensemos, desde la austeridad y el compromiso en las personas, sumemos sinergias, y veremos cómo, poco a poco, en nuestro horizonte se
dibuja la paz y renace la esperanza
He visto que la fe no es el opio del pueblo, es la fuerza, la pasión y el revulsivo para que la gente se ponga en pie y diga basta, y para que lo haga con coherencia evangélica.
La fuerza de un líder, como es Francisco, ha borrado diferencias, y de pronto el ecumenismo y la opción por los más empobrecidos se ha convertido en el anhelo y la alianza que dinamiza a un País y le da fuerza.
Me decía un creyente convencido: cuando fue al encuentro de los jóvenes en Brasil, nuestra Presidenta se hizo una foto con el Papa y empapeló el País en campaña política. Los argentinos no les creyeron, y quien quiso utilizar al Papa y a la Iglesia vio como eso
se le volvía en contra. Y es que cuando uno se acerca al evangelio recupera el buen olfato y sabe dónde está la verdad y dónde el engaño. Y esta persona añadía: así como el compromiso y la opción de Juan Pablo II pulverizó el telón de acero, la fuerza y la coherencia de Francisco pulverizará la corrupción, que en Argentina se escribe con K, y, por fin, unidos por la persona, saldremos adelante.
Ha sido un viaje duro. Pude viajar en el subte, como Francisco, y allá se toma el pulso de la ciudadanía, se ven los rostros, y confieso que no distan mucho de los que veo en Cataluña y España, todos o la mayoría marcados por la crisis y la desesperanza. Estoy convencida de que el cambio no vendrá por personajes a los que poco importan las personas: el cambio vendrá desde dentro y liderado por referentes auténticos y transparentes.
Argentina, el mundo, el planeta está en crisis, y ésta tiene matices, pero es el síntoma o el botón de alerta de que vamos al precipicio y de que todavía podemos hacer algo… No es tarde. Juntos podemos más.
Dejemos la pompa, la frivolidad, las ideas vacías, la apariencia y la búsqueda y conquista de lo personal de forma egoísta. Pensemos, desde la austeridad y el compromiso en las personas, sumemos sinergias, y veremos cómo, poco a poco, en nuestro horizonte se
dibuja la paz y renace la esperanza
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