2.23.2009

Los Almendros sin memoria

Tags: Memoria histórica
FÉLIX POBLACIÓN

Cuando leí hace bastantes años La muerte de la esperanza, el magnífico libro testimonial de la Guerra de España del que es autor el periodista y escritor libertario Eduardo de Guzmán (1908-1991), recuerdo haber seguido las incidencias de su segunda parte especialmente conmovido. Narra Guzmán los últimos días del mes de marzo de 1939 en el puerto de Alicante, cuando miles de republicanos, una vez frustrada la posibilidad de escapar por barco de la represión franquista, fueron detenidos e internados en el campo de concentración de Los Almendros por las tropas sublevadas. La emotividad de esa lectura deriva de una de mis más arraigadas pesadillas de niñez, a propósito también de otra evacuación, esta sí consumada, que tuvo lugar en los muelles del Musel de Gijón en el otoño de 1937. Mi indiscreción infantil pagó caro haberme enterado de aquellos episodios por escuchar las charlas más clandestinas de los adultos, pues a las divertidas tardes de pesca que pasaba en el puerto solían seguirles por las noches oníricos epílogos llenos de zozobras. Nada me parecía más infausto que imaginar a centenares de niños y adolescentes –los que luego se llamarían Niños de la Guerra en México o Moscú–, separándose de sus padres entre lágrimas y abrazos, mientras las llamaradas de los depósitos de combustible de la ciudad, bombardeados por el ejército franquista, prestaban a esas dramáticas escenas un fondo de fantasmagórica madrugada.
Quedaba entonces mucha guerra por delante y era factible todavía poner una fecha no demasiado lejana a un posterior reencuentro familiar que finalmente se demoraría demasiado o no llegaría nunca realizarse. Los internos recluidos en Los Almendros no tuvieron más expectativas que las del cautiverio o la muerte, porque la guerra había terminado con su derrota. De todo cuanto padecieron quedó recreada constancia en la novela Campo de los Almendros, escrita por Max Aub y que no pocos críticos consideran como una de las mejores, si no la mejor, de las publicadas en el exilio (México, 1968). Abundando en las jornadas de desesperación y pánico vividas en el puerto de Alicante, de las que Guzmán da referencia testimonial en su libro, Aub completa con su magnífica prosa la aciaga perspectiva que se apunta en la última página de La muerte de la esperanza, cuando el periodista y escritor anarquista describe el suicidio de aquellos que no pueden o no quieren sobreponerse a la pesadumbre y decepción de la derrota: “Un momento los contemplamos en silencio. Luego echamos a andar lentamente hacia la salida. Camino maquinalmente, sin ver siquiera dónde piso. Frente a mí veo a los soldados que nos aguardan. Pienso en las ilusiones desvanecidas, en el ejemplo de cuantos cayeron en largo recorrido. Alguien murmura a mi lado: Pronto enviaremos a los muertos. Asiento sin palabras. Es el primero de abril de 1939. ¡La guerra ha terminado!”.
Hace ya casi cinco años que la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica planteó al ayuntamiento de la ciudad, gobernado por el Partido Popular, la solicitud de erigir un monumento conmemorativo que recordara el trágico fin de la contienda y a quienes padecieron la represión franquista en ese campo de concentración y otros recintos de la ciudad en unas condiciones tan penosas que, según el poeta Marcos Ana, impulsaban a los presos a comer flores y tallos tiernos ante la extrema precariedad de comida y agua. En noviembre de 2004 se creó la comisión municipal correspondiente para que el asunto fuera sometido a estudio. Dos años después, y en vista de que la tal comisión no mostraba ningún indicio de actividad, la entidad solicitante reclamó una parcela de suelo público en Los Almendros para ubicar allí el pertinente memorial. Recibida incluso una subvención por parte del gobierno central a tal efecto, esa subvención venció el pasado mes de marzo sin que la demanda de la Comisión Cívica fuera atendida por el ayuntamiento.
El pasado 3 de febrero, coincidiendo con los 70 años de la atroz ratonera que supuso para unas 14.000 personas el puerto de Alicante –muchas de ellas significadas en la lucha por el régimen legítimo y constitucional de la II República Española–, la Comisión Cívica de aquella ciudad presentó un manifiesto en el Ateneo de Madrid para “reparar una antigua injusticia, compensar una historia manipulada, combatir contra el olvido, saldar en definitiva una deuda moral que la democracia española sigue teniendo con quienes defendieron una España tolerante, pacífica, culta y solidaria”. No se puede entender en la España actual que, mientras la Fundación Príncipe de Asturias de Oviedo concede un premio a la concordia al Museo del Holocausto hace un par de años o en La Jonquera se inaugura un museo en recuerdo de los españoles internados en el campo de concentración de Argelès, el señor alcalde de Alicante siga posponiendo en Los Almendros el monumento solicitado. Claro que tampoco se puede entender, con la ley de memoria histórica vigente, que otro alcalde del Partido Popular, este en Salamanca, mantenga a Francisco Franco como alcalde de honor de la ciudad, con su efigie tallada en piedra sobre las arcadas barrocas de la Plaza Mayor, y se niegue a rehabilitar a Unamuno como concejal republicano. ¿De qué heridas nos habla esta gente cuando se refieren a la memoria que las reabre? Las únicas heridas en una democracia que se precie son las de seguir rindiendo distinciones a quienes la combatieron y olvido a sus defensores. Herida es a considerar que en el Campo de Los Almendros se plantara hace un año un almendro florido, a falta del memorial reclamado, y al día siguiente apareciera descuajado con la firma de una esvástica, enseña de la barbarie.

Felix Población es Escritor y periodista el Centro Documental
de la Memoria Histórica

Ilustración de Jordi Duró