Unos 70.000 valencianos y valencianas es probable que hayan emigrado al exterior desde que comenzó la crisis, si se extrapolan las estimaciones del último estudio de la Fundación Alternativas sobre la nueva emigración. La mayor parte pertenecen al grupo de edad de entre 25 y 34 años, lo que supondría en torno a 25.000 emigrantes. Nacidos ya en democracia, muchos de ellos han sido Erasmus y constituyen la generación mejor formada de la historia.
“Estar en el exilio no es estar de viaje, es algo más duro”, observa Domingo Carlos Salazar García, un miembro de esa generación, doblemente licenciado en Historia y en Medicina. Con dos másteres y un diploma de estudios avanzados por la Universitat de València, premio fin de carrera, premio fin de máster y cinco idiomas, trabaja como investigador en Alemania y se considera “especialmente afortunado” entre sus compañeros de historia y arqueología. Los de medicina, “en general, tienen trabajo”, puntualiza. Desde 2012, trabaja como investigador postdoctoral en el Max-Planck Institute for Evolutionary Anthropology, en Leipzig. Este prestigioso instituto le pagó previamente el final de su tesis doctoral sobre cuestiones prehistóricas en la Iberia Oriental, porque su país no podía costeársela.
Las expectativas científicas de este médico, historiador y arqueólogo están cubiertas, pero no las de regresar a España, donde conoce a “gente que con premio extraordinario y una tesis doctoral ha tenido que recurrir a dar clases particulares para conseguir una cantidad mísera de dinero con la que sobrevivir; gente de casi 35 años, con carrera y máster que sigue en casa de sus padres y no puede llevar una vida independiente; gente con dos carreras y máster que, cuando se sincera, se echa a llorar diciéndome que no vuelva”.
Para Estefanía Domínguez (Sagunto, 1982), las expectativas profesionales que albergaba “se han cumplido con creces” en Suecia, pero no las de “tener una vida estable lo más cerca de mi familia y mis amigos”. Trabaja en Estocolmo en un proyecto sobre desarrollo cognitivo infantil con una beca Marie Curie, en una de las tres empresas implicadas, junto a cuatro universidades europeas. Ingeniera técnica industrial por la Universidad Politécnica y máster en ingeniería biomédica, se fue porque “la cosa pintaba realmente mal” en toda España, tras acabar una beca en el Instituto Valenciano de Biomecánica. Con los caminos de la investigación prácticamente cerrados a causa de unos recortes que afectaban gravemente a todos los centros de investigación valencianos “las únicas ofertas que podían encajar con mi perfil eran las de mantenimiento o representantes de aparatos médicos”. Por eso prefirió Suecia.
A muchos jóvenes periodistas la crisis los ha llevado a Latinoamérica, pero Begoña Sánchez optó por marcar más distancias. Esta licenciada en Comunicación Audiovisual se fue a Melbourne para “fijar el inglés”, con la idea de permanecer allí cuatro meses. Sin embargo, lleva ya año y medio en Australia, con visado de estudiante, trabajando como camarera y dando clases. “Siempre me había querido marchar, pero no me atrevía. Por eso aquel día, sin ya nada que me atara, decidí que era el momento”, confiesa. “Aquel día” fue la víspera de la Nochebuena de 2011, cuando le anunciaron que el periódico en que trabajaba, ADN, cerraba. “Sabía que en España no había nada para mí”, recuerda. “Como periodista”, arguye, “he escrito mil veces sobre la crisis y he visto cómo cerraban muchos medios y muchos colegas se quedaban en la calle”. Conoce a mucha gente que ha emigrado y confiesa sentir “una especie de rencor” hacia su país. Muestra su reproche hacia un gobierno que “nos está dejando ir, como si nada, sin importarles todo el talento y las ganas de trabajar que tenemos”. Y no sólo eso: “Me está privando de la capacidad de elegir, porque ahora mismo no tengo elección, o me voy fuera, o me atrofio”.
Después de trabajos diversos, siempre fuera de España, Enric-Sol Brines (Valencia, 1986) considera que por fin su actual empleo se aproxima a su vocación. Trabaja en Abu Dhabi como gerente editorial para el grupo británico Oxford Business Group. Tiene dos carreras (Comunicación Audiovisual y Ciencias Políticas y de la Administración), además de un máster en Diplomacia y Relaciones Internacionales. Después que se paralizaran las oposiciones al Cuerpo Diplomático durante varios años, concluyó que no podía permitirse el lujo de “estar tanto tiempo sin trabajo”. En Valencia, “las oportunidades laborales eran muchísimo más escasas”, así que tras un año empleado en el consulado de Miami, hizo las maletas y se fue a Manila donde pronto fue contratado por Maersk, la mayor naviera del mundo. Y ya no ha parado.
Se habla mucho de Londres, pero Edimburgo está lleno de españoles que han huido de la crisis. De hecho, cuando aterrizó en la capital escocesa en febrero de 2013 a la arquitecta Inma Simó Irure le fue “difícil encontrar un piso en el que no viviera ningún español”. Al final, ha habido suerte y comparte vivienda con anglófonos. Se instaló en Edimburgo tras año y medio de intentar en su tierra “seguir trabajando como arquitecta y no conseguirlo” y de constatar que tenía “formación para hacer casi cualquier cosa, menos prostituirme en lo que tanto esfuerzo me ha costado conseguir”. Aunque la elección de Edimburgo obedeció más a razones familiares que profesionales, buscó empleo como arquitecta sin éxito. “Así que tiré del sector hostelería y ahora trabajo de camarera en un restaurante español, llamado El Quijote, muy bien reconocido aquí”, comenta. Aunque no es el trabajo para el que se formó, le ha permitido integrarse y sentirse “a gusto”, con un salario superior incluso a otros rechazados en España.
Licenciados en Traducción e Interpretación por la Jaume I, Carlos Sendra (Castellón, 1982) y Ana Tamayo (Getxo, 1986) se fueron juntos en 2009 a Bremen (Alemania) con sendas becas de auxiliar de conversación del Ministerio. Durante tres años no nadaron en la abundancia, pero se adaptaron gracias a trabajos variados, desde dar clases de español o inglés a clases de aerobic. Mientras, desde allí hicieron sendos máster online para intensificar su especialización. A Carlos le llegaron a ofrecer un contrato indefinido en una agencia de traducción técnica y médica. Lo desestimó. Tres años después han vuelto Castellón, para aprovechar una beca del Gobierno Vasco para que Ana acabe su tesis en esta ciudad. Suficiente para mantenerse. Mientras, Carlos ha creado su propia agencia de traducción online. También ha conocido de cerca las dificultades de ser emprendedor. Se dio de alta de autónomos con una reducción del 30% por no tener 31 años. Tres meses después, se le complicó: “Me comunican que ha habido un problema informático y que con la ley nueva, no solo tengo que pagar la cuota completa (256 euros) sino que me hacen devolver la diferencia de la reducción de los primeros meses”. Encima, al haber estado ya de alta, no va a poder acogerse a la nueva ley de emprendedores. “Están apretando demasiado”, se queja.
Enric Brines considera que, fuera, ha ganado algunas cosas y ha perdido otras. No cree en la fortuna sino en la importancia de “tomar la decisión de arriesgarte”. Por este orden: “Si no tienes trabajo en tu ciudad, vete a otra; si no tienes en tu país, busca otro país y si no hay en tu continente, cambia de continente”. Es lo que han hecho miles de valencianos y valencianas los últimos años. Poniendo en la balanza las pérdidas y ganancias de la emigración, Inma Simó sí piensa que “ha ganado mucho al cambio”. Enfrentarse a estar “sola”, a la toma de decisiones y sobreponerse a la timidez, entre otros logros. “Ahora me siento capaz de hacer muchas más cosas”, asegura, “y mis planes de futuro se orientan a seguir formándome y trabajar aquí como arquitecta, ahora sé que lo conseguiré”.
También la periodista Begoña Sánchez cree que si sigue esforzándose podrá conseguir tarde o temprano un trabajo cualificado acorde con su formación. Pero fuera no es oro todo lo que reluce. “La experiencia que estoy viviendo es única”, afirma satisfecha desde Australia, pero lo “duro” es “aceptar dónde estás, quién eres y que tu vida ha cambiado”, así como que “tu nivel de vida ha disminuido”. Algo que, dice, casi nadie suele comentar: “Echo de menos salir más, de copas o a conciertos de manera cotidiana”.
Lo bueno: “Aquí se nota que hay mucho dinero para investigación, se palpa la vitalidad, el dinamismo, la renovación constante, el estar a la cabeza de la investigación de nuestro campo”, destaca Domingo Salazar desde Leipzig. En su caso, “en tan sólo 12 meses”, relata, ha podido participar “en persona en reuniones científicas de alto nivel en EE UU, China, Sudáfrica, y otros países europeos”. Sin embargo, “debido a la estructura de renovación constante del Max Plank, el grupo en el que trabajo tiene que desaparecer por completo a finales de 2016”, puntualiza. Además, las condiciones de trabajo de los nativos y los foráneos, en general, son diferentes. En su grupo y el departamento de evolución humana, “en la mayoría de los casos, si no eres alemán o alemana no tienes contratos laborales sino becas”. Eso significa que “no tenemos ningún derecho laboral”, algo que considera indignante.
Cuando se pregunta qué se debería hacer o se podría haber hecho en España, en conjunto, y en la Comunidad Valenciana en particular para que, en lugar de emigrar, la gente cualificada e incluso altamente formada pudiera contribuir al desarrollo de su país, todos coinciden en algo. No se han hecho bien las cosas. En lugar del “modelo de crecimiento fácil y con fecha de caducidad basado en el ladrillo”, apunta Estefanía Domínguez, debió apostarse por “un plan a largo plazo para tener un crecimiento menor pero estable”. Se debió apostar por la investigación y la transferencia de conocimiento desde la universidad a la industria “para generar productos y servicios con valor añadido y competir con el resto del mundo”.
“Al final todo es cuestión de decisiones políticas”, resume el investigador del Max-Plank. Lo que se debería haber hecho y aún se puede hacer es, “en general, invertir más en investigación y desarrollo, y con cabeza”. Pero en lugar de eso, “parece que lo que quieren es convertir a España en el casino y complejo hostelero de Europa por encima de todo”, se lamenta.
Quienes se han ido fuera no saben si podrán o querrán “volver a España algún día a trabajar o montar un negocio con el que por fin repercutir positivamente en la economía”, observa el responsable editorial de Abu Dhabi. Por eso Brines califica de “capital despilfarrado” al dinero que, vía impuestos, “invirtieron los ciudadanos en nuestra generación con becas, ayudas, universidades, del que ahora se van a beneficiar compañías o gobiernos extranjeros”. Respecto al futuro, “es un error volver al esquema en el que sólo los que tienen suficiente poder económico pueden estudiar” y entre las cosas que se pueden y deben mejorar una es “establecer mecanismos de transparencia que eviten el enchufismo”. A expensas de como vayan evolucionando los acontecimientos, a este diplomático de formación, “en un futuro” indeterminado le “gustaría volver, claro que sí”.
La oferta que Domingo Salazar tiene sobre la mesa es una plaza de profesor permanente en la Universidad de Capetown. Pensando en volver a su país, se ha presentado a distintas becas y contratos, como las últimas Juan de la Cierva, aunque sabe que es “muy difícil” obtener alguna por la escasa oferta en las áreas de Humanidades. Le parece “verdaderamente triste percibir la sensación de que a pesar de estar toda la vida formándonos, intentando dar lo mejor de nosotros mismos, el gobierno de mi país no quiera que volvamos”.
“No quiero desperdiciar mi experiencia en un país que no la valora”, afirma Begoña Sánchez, emigrante a Australia a quien “compensa lo que me aporta vivir en un país que no es el mío”. Para Estefanía Domínguez, las perspectivas profesionales están más fuera que dentro porque si elige seguir investigando “es improbable que pueda hacerlo en España”. Para la arquitecta Inma Simó, “mucho tienen que cambiar las cosas para que vuelva”. No puede dejar de recordar que “la mayoría de los amigos de la carrera siguen allí, sobreviviendo a base de trabajar mucho cobrando poco”.
A pesar de haber vuelto a Castellón Carlos Sendra y Ana Tamayo, su perspectiva no se ciñe al entorno actual, que les está permitiendo formarse aún más y hacer proyectos que no tienen una localización fija. “En nuestra cabeza está el marcharnos”, seguramente a un país de habla inglesa que no sea Reino Unido. Y es que aquí detectan una atmósfera de pesimismo que no les invita a otra cosa: “Se nota mucho aquí, en la costa, cómo ha subido la pobreza y la crisis es el único tema de conversación”. Creen que cuando ella acabe la tesis, en 2015 “la situación no será mucho mejor” y, como el nuevo proyecto de agencia de traducción es “una oficina virtual”, si vuelven a mudarse no habrá problema, la llevarán consigo.
Expatriados y expertos
J. M. J.
El escepticismo sobre las expectativas actuales de la Comunidad Valenciana y España es moneda común entre los titulados y sobrecualificados emigrados valencianos. Pero ese escepticismo no está reñido con la esperanza ni con los sueños. “A mí, personalmente, me gustaría mucho poder volver, y si es a la Comunidad Valenciana, mejor que mejor”, confiesa Domingo Salazar García desde Alemania, “y establecer un grupo de investigación en arqueología biomolecular, poder formar a gente nueva, y hacer que este campo se abra paso en la disciplina de la arqueología en España”.
Se habla mucho, y con razón, de la inversión en formación que los ciudadanos españoles han sufragado y que se está aprovechando fuera. Pero la emigración supone también conocimientos adquiridos en el exterior. Una de las motivaciones de la nueva experiencia formativa de Estefanía Domínguez en Suecia, “es pensar en cómo podré aplicar el nuevo conocimiento que estoy adquiriendo en España en un futuro”. No deja de ser una especie de patriotismo científico y técnico, latente o explícito en otros miembros de su generación bien cualificados. A esta ingeniera le gustaría confiar “en un futuro lejano e ideal donde se generaran puestos de trabajo y los españoles expatriados pudieran volver con todo el conocimiento adquirido”. En ese caso, la emigración de estos años podría llegar a “ser incluso beneficiosa”. Pero “el problema es que ese momento nunca llegará si se sigue basando el desarrollo del país en infraestructuras y turismo”, si no se da “prioridad a la creación de empresas tecnológicas y se potencia la investigación y a los emprendedores con ideas innovadoras y competitivas”.
Aun con el telón de fondo de la incertidumbre y la desconfianza, la arquitecta Inma Simó cree que todos los que se han marchado han “ganado”. “Así que si regresamos alguna vez aportaremos más, ya que con la experiencia obtenida fuera y el crecimiento personal que hemos adquirido seremos capaces de dar mucho más que antes de irnos”.
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