5.22.2015

Compromís: El voto optimista Manuel Alcaraz Ramos 17.05.2015 (d'El pulpito laico)

Habrá visto usted los carteles de campaña de Compromís. Son de color naranja. Pero algunos, por el influjo de la luz, del calor, o vaya usted a saber de qué trampa de la física, se han vuelto rojos, o a ratos se ven rojos y a ratos naranjas. Es una metáfora inesperada sobre la síntesis de algunas de ideas que se asoman en las palabras de Mónica, de Mireia o de Natxo. Es como si al proponerse para gobernar, superados tiempos inciertos y frías primaveras en camiseta, Compromís hubiese alcanzado el momento de proclamar por las calles una doble pasión, razonablemente guiada. Pasión por el país, pasión por sus gentes. Pasión por un país que es nada, comunidad vacía, sin sus gentes. Gentes que son casi nada en un país entregado a la insolidaridad y a la montaña rusa de la corrupción y el despilfarro. Izquierda, pues, de aquí, que es una forma de ser todas partes; pero izquierda comprometida, desde los hechos, con estas gentes, las de este país. Izquierda que ha adquirido una identidad propia en la protesta contra la injusticia y la indecencia. Izquierda que no pierde ni un minuto en disputar sobre identificaciones abstractas, porque sabe que está esencialmente definida por lo que ha hecho y hace, por el compromiso con los más frágiles; los frágiles concretos, los que tienen rostro y nombre.

Esa es la síntesis de Compromís, ese tránsito ineludible de lo cítrico y lo suave a la necesidad de alzar algunos gestos por ver si los poderosos se retiran a sus guaridas. Una síntesis que asume que esta sociedad está enferma. Y enferma grave. Con enfermedad que no admite más dilación en la cura; pero con la clase de enfermedad que no soporta sobredosis de remedios mágicos. De eso se trata: de buscar la medicina justa en las dosis necesarias, para estabilizar a la enferma antes de que pueda volver a caminar con vigor. A algunos les pronostican las encuestas caídas que reflejan falta de credibilidad: pero siguen ignorando que cuanto más prometen más se espera que incumplan. Otros desconocen en su inocencia que pueden morir de hemorragia de palabras vacías, ahogados en desasosiego y rabia. Y es que es muy fácil no estar a la altura de las circunstancias: el PP nos lo tiene demostrado y camina Ciudadanos en pos de lo mismo. Pero, igualmente, es muy fácil estar por encima de las circunstancias, cuando hay más ocurrencias que numerario, más deseo que conocimiento. Compromís prefiere repetir con Antonio Machado que lo difícil es estar a la altura de las circunstancias. Porque lo primero será limpiar las telarañas de las arcas, que ya va a ser tarea ingente. Para ello Compromís constituye una garantía valiosa: es lo nuevo con experiencia, o la experiencia nueva, como usted prefiera. La experiencia renovada que habrá que aplicar para descubrir que algún cuarto quedaba, entre los pliegues de las sombras, para pagar los comedores de los colegios, por ejemplo. O para ir a Madrid a renegociar los cuartos que nos deben a usted y a mí. O cuartos de esos que, intangibles, otorgan la dignidad a los que les fue arrebatada por la insolencia de los que ahora intentan seguir mancillando a los débiles.

Seguramente por eso las encuestas dicen que la ciudadanía coloca a Compromís en el centro de la izquierda, que no es lo mismo, ni mucho menos, que el centro-izquierda, que es donde quieren ir a pacer otros, viejos o recién paridos. Cuando a la izquierda se le lanza la piedra de que sólo sabe pedir lo imposible, Compromís es identificada como la patria política de lo difícil pero posible, porque no ha erigido ni un castillo de vagas arenas ni un muro rígido de dogmas. Ni casta ni secta, no ha jugado a ir para delante para retroceder mejor, ni a ser de derechas para ser de izquierdas: su avance se ha construido desde la rotundidad en las intenciones, la firmeza en los principios, la expresividad, sin histerismo, en los modos de decir las convicciones. Para ser capaz de defender, como en esta campaña, la sonrisa como instrumento, la ironía como recurso, el valor de la valentía y un cambio que será amable o no será, que será compartido o no será.

¿Inteligencia superior? No. Comparados con unos, el peso de las rutinas en su mochila es leve, no aplasta con una cultura de la sumisión a los poderosos ni el miedo a alterar el statu quo. Pero comparados con otros su petate transporta una cultura de años de confluencia de sensibilidades, lo que le permite saber que con confusión no se converge, y sí a fuerza de transparencia, diálogo, paciencia, enfados y abrazos. O sea: lo esencial para el día 25 de mayo, cuando se negocie cómo organizar el poder para transformar el poder, cuando ya no quede tiempo para trabalenguas y no podamos invocar lo que pudo haber sido y no fue.

Compromís sabe que las cosas van muy mal. Y también sabe que pueden y deben ir mejor, pero que la precariedad, la desdicha, la furia, la quiebra de la cohesión, para trabajadores, parados, clases medias, mujeres postergadas, jóvenes y mayores, no se arregla con maquillajes estadísticos. Requiere de ideas claras –pocas, pero claras– para que el impulso que nos lleve a la mejoría sea cierto y se realice de la única manera humanamente sostenible: fomentando el mejor reparto, inspirando movimientos de igualdad en lugar de inaugurar una nueva etapa de insolidaridad y especulación. Ese es el camino y no una dispersión de gozos y sombras. Es la economía. Pero es la política.

Por eso el voto a Compromís es el de los optimistas. Algunos necesitan que las cosas vayan mal para decir que las arreglarán. Otros sólo conciben el universo político como una constelación de sospechas. Compromís, repito, sabe que las cosas van mal y ha mostrado que hay que enfadarse cuando toca y donde toca, porque en política hay que estar a las duras y a las más duras, y si no que se lo digan a Mónica Oltra. Pero Compromís sabe que su futuro pasa por dirigir un país, una comunidad, unas ciudades que vayan bien. A Compromís no le vale esperar a otro momento para ver cómo irán las cosas. Compromís no va a amagar aquí para ver qué pasa en el otoño de las Generales, tan lejano para los que necesitan comer en verano, para los valencianos que requieren con urgencia sacudirse la vergüenza que le han clavado los corruptos. Es ahora la hora, la de cambiar, la de garantizar el cambio. Una hora optimista de fruta madura, de rojo dulce. Hora de Compromís.