4.10.2015

La izquierda que no sabe ganar Jesús Civera (LEVANTE-EMV)

La izquierda valenciana se pelea entre sí mientras Ciudadanos anuncia su apoyo al PP. Si somos precisos, Albert Rivera ha dicho que respaldará a la lista más votada. Es impensable que Rivera desconozca que la lista más votada va a ser la del PP. Puede que dude el líder de C's de los últimos descubrimientos de la mecánica cuántica, pero no de la tesis euclidiana según la cual la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos: Fabraobtendrá más votos que nadie en esta geografía nuestra. Tenemos, pues, un horizonte por la derecha bastante despejado. En cambio, el pronóstico de la izquierda (incluso de la izquierda transversal, la de la centralidad, como quiere Podemos) anuncia un huracán. Normal. En los tiempos de la transición funcionó un eslogan que decía: la derecha no sabe perder y la izquierda no sabe ganar. El último que lo citó, creo recordar, fue el profesor Salvador Almenar, junto a este otro: partido dividido no gana elecciones. 

El desorden de la izquierda crea monstruos. Es un desorden que renuncia a la modernidad, pues se afirma en el caos. Se alimenta de la fragmentación, una de las divisas del posmodernismo. Pese a lo que digan Antonio Montiel Mónica Oltra, y no creo ser muy despiadado, la izquierda realmente existente, más allá de las utopías que liquidó en su tiempo Marcuse, se ha de adaptar a las raíces socialdemócratas. No importa si las génesis morales o gestuales provienen del comunismo o del chavismo, en un caso o en el otro. El marco, así en Grecia como en el Ártico, ofrece un paraíso de alternativas locas o cuerdas: todas pasan, sin embargo, por tocar el violín con el Ibex 35 o con la bolsa de Nueva York. (Si se toca el violín estilo Mozart o no se toca como dictaba John Cage es otra cuestión). Y de ahí, precisamente, proviene primero la descomposición y después el barullo de siglas y comportamientos lunáticos que ofrece la izquierda valenciana, o parte de ella. Su crisis, lo quieran o no, es la crisis de la socialdemocracia, ya se puede vestir la cosa con las «formas nuevas» de Podemos o con el clasicismo del PSPV y de EU. Sus peleas parten de ese origen y se instalan en esas dudas. Todo lo demás constituye una lucha de conceptos, disfraces, productos manufacturados, caras nuevas o viejas, publicidades, esteticismos y demás ritos del espectáculo. Combates de conductas y de formas. Podemos no habla de reconstruir el País Valenciano desde la izquierda; Compromís, sí. Sin embargo, Podemos apoyaría, dice, a Mónica Oltra para la Generalitat. Ambos se dan la mano, pero ambos excluyen al PSPV –y a EU–, que obtendrá más votos pero que será relegado a los infiernos. De modo que Podemos y Compromís formarán –si lo forman– un núcleo institucional muy inestable sin la complicidad del PSPV. Inestable de puertas adentro y de puertas afuera: marginar al PSPV es un suicidio, visto desde los exteriores de la política, muy endogámica siempre. Significa renunciar a una buena porción de la sociedad civil y supone expulsar a la formación que tiende puentes con los grandes poderes. Un viaje sin retorno. O con el retorno inmediato del PP, mejor. Sigamos. Una parte de Compromís, la del Bloc, apuesta por diseñar una alianza de izquierdas con los socialistas. Lo llaman la mayoría de progreso. Otra parte de Compromís, la de IPV –tutelada por Pasqual Mollá y liderada por Oltra– se decanta por relegar al PSPV. Trinchera y línea de combate. Son las dos almas de Compromís, un fenómeno que se repite en Ciudadanos –como radiografiaba Rafael Navarro en El Mundo–, donde poco tiene que ver la ruta verde de Punset, el cielo conservador de Giner o el cauce pragmático de los Marí y Córdoba. Aún así, y frente a ellos, la izquierda valenciana prefiere montar un «tablao» improvisado con sonoras castañuelas y un «quejío» rasgado y convulso. Que salga el sol por Antequera. Y que la Historia vuelva a pasar sin que nadie la agarre por el ala.