Más
allá de hipótesis tremendistas, que desgraciadamente pueden
verificarse, lo que está claro es que el Gobierno del PP no está
dispuesto a permitir que se celebre nada que se pueda
parecer a un referéndum
La
única opción de Pedro Sánchez es entenderse de una u otra manera con
las fuerzas que están en contra de Rajoy para formar un frente en
defensa de la democracia amenazada
Quienes
ingenuamente creían que Mariano Rajoy podía rectificar y que el diálogo
aún
era posible no han tardado mucho en comprobar la vanidad de su sueño.
No han pasado ni 48 horas desde la “razzia” de la Guardia Civil del
lunes para que el fiscal general haya ordenado la apertura de una causa
por sedición, seguramente contra los líderes de
Omnium y ANC, y para que el ministro del Interior anuncie el envío de
más policías a Catalunya. “Para poder poner bajo sus órdenes a los
Mossos d’Esquadra” ha dicho el Gobierno catalán. Con el fin de reprimir a
fondo la movilización popular. Y antes del 1-O
pueden pasar cosas aún más graves. Y no digamos el día mismo de la
consulta.
No
es impensable que miembros del Govern, y Puigdemont mismo, estén para
esas
fechas en la cárcel. Tampoco que las calles de las principales ciudades
catalanas estén tomadas por la Guardia Civil y los antidisturbios para
impedir concentraciones y manifestaciones y la votación misma. Sobre
todo esto último. Puede pasar de todo si eso
ocurre. Habrá que ver qué hace la policía catalana. Una ley de 1986
podría ser invocada para ponerla a las órdenes de los cuerpos estatales.
¿Se negará el mayor Trapero a obedecerla? Si algo de eso se produjera,
el conflicto ascendería a otro nivel: el de
la confrontación entre fuerzas policiales distintas. Casi una guerra.
Más
allá de hipótesis tremendistas, que desgraciadamente pueden
verificarse,
lo que está claro es que el Gobierno del PP no está dispuesto a
permitir que se celebre nada que se pueda parecer a un referéndum. Y,
por otro lado, también es evidente que los líderes independentistas no
van ceder. No hay duda de que saben perfectamente lo
que les puede caer encima. Pero mantienen su posición. La declaración
de Puigdemont en la tarde del jueves tenía algo de anuncio de tragedia.
Y
hay una tercera certeza. La de que después del 2 de octubre las cosas
estarán
peor que nunca. ¿Qué diálogo se puede entablar con los líderes de un
movimiento que están en prisión o amenazados con largas condenas?
Únicamente el de su amnistía. Muy improbable, además. Pero ninguno que
permita abordar los problemas reales que han empujado
al mundo independentista a emprender la vía de la ruptura. En la que
hoy seguramente están muchos más catalanes de que los que lo estaban
hace tan sólo una semana.
¿Había
previsto Rajoy ese escenario sin salida? Seguramente sí. Tan tonto
no puede ser. Pero ha sido incapaz de dirigir las cosas en otro
sentido. Por su debilidad e inseguridad congénitas. Las de un líder que
manda casi por casualidad y que desde hace más de una década ha dedicado
lo fundamental de sus esfuerzos a evitar que los
suyos le echaran del cargo. El problema que planteaban los
independentistas catalanes, nacido de otros muchos, entre ellos de las
barbaridades contra el nacionalismo cometidas por el PP, requería, para
hacerle frente, de un político con otros registros además
de ese. Y con más fortaleza y convicción de su papel como presidente
del Gobierno de España. La que habría hecho falta para que se enfrentara
al nacionalismo español más burdo. Para que le dijera que esta vez no
se impondría. Por muchos votos que le dé. Por
mucha capacidad de presión que pueda ejercer.
No
se ha atrevido a enfrentarse a los duros, a Aznar en primer
lugar. Y ha dejado pasar el tiempo. Porque no sabe hacer otra cosa. Y
porque tampoco sabe negociar. No lo ha hecho nunca. Ha dejado correr las
cosas haciendo creer, para eso estaban sus corifeos, que eso iba a
resolver algo. La política es cruel: las cuentas
pendientes siempre se terminan pagando. Y la de Catalunya no se iba a
borrar por ensalmo. Al final, Rajoy ha terminado actuando como un
gobernador civil del franquismo, que se limitaba a aplicar la brutal
legislación del sistema y las órdenes que le venían
desde arriba poniendo cara de que estaba haciendo algo importante.
Hay
quien asegura que su deriva autoritaria le está produciendo buenas
rentas
electorales. Que su partido, con él a la cabeza, crecerá en las
próximas elecciones, que todo indica que serán el año que viene porque
el PNV no va a seguir cambiando cromos con el PP. Demasiado bonito para
ser verdad. Porque si la crisis catalana deriva en
lo que todo indica que va a derivar, en una rebeldía sin fin y cada vez
más nutrida y dramática en defensa de sus derechos democráticos, Rajoy
caerá, antes o después. Porque los influyentes de Europa sugerirán esa
salida a quienes pueden propiciarla. Hoy por
hoy se contienen. Pero los grandes diarios del continente condenan
unánimemente la actuación el gobierno de Madrid y prevén lo peor en
Catalunya. Y también porque llegará un momento en el que los poderes
económicos exigirán que alguien distinto pare el desastre
que en ese terreno puede provocar la citada rebeldía.
Que
el PSOE, por sus errores y su debilidad, esté entrampado con este
hombre
clama al cielo. Más que cualquiera de las crisis internas que ha
padecido, y de la que sigue sufriendo, éste es el peor momento del
Partido Socialista desde su refundación en 1972. Porque no tiene ni voz
ni voto en el entuerto más serio que la democracia española
ha conocido desde el intento de golpe de estado de 1981. ¿Puede hacer
algo Pedro Sánchez para salir de este agujero?
Su
única opción es entenderse de una u otra manera con las fuerzas que
están
en contra de Rajoy. Con Unidos Podemos y las mareas en primer lugar. Y
también con los nacionalistas, incluidos los catalanes. Para formar un
frente en defensa de la democracia amenazada que ofrezca una alternativa
a la inepcia autoritaria del PP. Lo de menos
es cómo se formalice esa iniciativa e incluso tampoco importa si no se
formaliza mucho. Lo fundamental es que desde España llegue otra voz a
Cataluña. Cuanto antes mejor.
Puede
que haya mucha gente en las izquierdas que, en principio,
esté de acuerdo con la insensata dureza de Rajoy. Por atávicos
antinacionalismos que seguramente van a seguir. Pero que en un momento
como éste, y más si las cosas se ponen peor, se pueden ver durante un
tiempo desplazados a un segundo lugar ante el espectáculo
de una derecha que actúa como Franco. Ojalá.
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