El
filósofo David Schweickart propone como alternativa al capitalismo un
modelo de 'democracia económica', basado en la democratización de los
mercados de trabajo y de inversión
y la eliminación del trabajo asalariado
A
finales de los años sesenta, David Schweickart (Cleveland, 1942)
decidía dar un giro a su carrera como matemático y trasladarse a
Birmingham (Alabama) para impartir unas
clases de verano universitarias, experimentando de primera mano la represión estudiantil y la violencia policial contra los afroamericanos
en el sur estadounidense. “Como estudiante universitario no tenía
ningún interés en política, era otro chico conservador más. Estudié
matemáticas, en esa época se daba mucha importancia a las ciencias. Los
patriotas debíamos estudiar matemáticas e ingeniería
y ayudar con el desarrollo técnico del país”, recuerda con ahínco.
Aquel
despertar político de la ciudadanía estadounidense con la marcha de
Martin Luther King desde Selma (Alabama) marcó para siempre la carrera
profesional de Schweickart. “¿Qué estoy haciendo como
matemático?”, me preguntaba. En aquel contexto, accedió a
El Capital de Karl Marx deteniéndose en cada ecuación y nada volvió a ser igual.
Tras su regreso a su estado natal, David Schweickart disipa su
curiosidad intelectual con un doctorado en Filosofía por la Universidad
Estatal de Ohio. Disciplina en la que finalmente desarrolla gran parte
de su carrera profesional, impartiendo hasta la actualidad
clases en la Universidad de Loyola de Chicago.
Fruto de su interés por la obra de Marx y el descontento con el
sistema económico predominante en Estados Unidos, en 1993 publica su
primera obra,
Contra el capitalismo. En ella, Schweickart desarrolla una
alternativa al capitalismo en una época en la que –tras el colapso de la
Unión Soviética- el mantra mundial giraba en torno al ‘There is no
alternative’ de Margaret Thatcher. Su modelo, definido
como ‘Democracia Económica’, se adentra en las variantes al modelo
soviético tratando de buscar un socialismo más eficaz.
Reconociendo los logros del
socialismo dirigido en Rusia, China o Cuba, como sacar de la hambruna a
sus poblaciones, el filósofo y matemático estadounidense considera que
es posible un socialismo de mercado basado en diversas experiencias.
La autogestión de los trabajadores en Yugoslavia, el modelo cooperativo
de la empresa Mondragón y las particularidades del capitalismo japonés
(intervención estatal a gran escala en
las decisiones de inversión, alta protección y participación de las
pequeñas empresas y de sus trabajadores en la toma de decisiones), son
las principales experiencias de éxito que aborda en el conjunto de su
obra.
A su paso por España, dentro del
curso de verano de la Universidad Autónoma de Madrid ‘Alternativas
ecosociales en el Siglo de la Gran Prueba’, David Schweickart atiende en
exclusiva a este medio en una cafetería céntrica de la capital.
¿Qué enseñanzas aprendió de Marx?
Sabía que había muchos problemas en el mundo, pero
con Marx aprendí que el problema principal era el sistema económico.
Ten en cuenta que en aquel momento de inicios de la década de 1970 no
era tan evidente; no había tanto desempleo, los sueldos subían, los
estudiantes no se endeudaban como ahora.
Me abrió los ojos al hecho de que el capitalismo es un sistema inherentemente explotador, y además se trata de una explotación invisible. Fue una revelación deslumbrante. Pero la pregunta, una vez Marx me convenció de que
el capitalismo tenía problemas estructurales profundos, era cuál es la alternativa.
¿Qué cuestiones a las que no da respuesta Marx trata de resolver con su obra?
Marx no intentó dar una
alternativa. Tenía fe en el carácter racional del ser humano y en que,
llegado un punto, veríamos las contradicciones del capitalismo (en un
enfoque que es clara herencia de Hegel). Marx celebra ciertos elementos
del capitalismo y en el Manifiesto comunista afirma que el
capitalismo ha creado más maravillas que nunca antes, pero también está
lleno de contradicciones. Y fruto de ellas, ha dado lugar a un tipo de
crisis completamente nueva: las crisis de superproducción.
¿Cómo puede generarse una crisis
por producir demasiado? Es consecuencia de que la sociedad esté
dividida entre propietarios y trabajadores:
la lógica de los propietarios es mantener los sueldos lo más bajos
posibles, pero entonces no se puede consumir todo lo que se produce. Esto que genera un círculo vicioso: menos beneficios, más despidos, etc. “Tiene que haber una forma de organizarnos
mejor”, pensé.
¿Cómo surge la idea de explorar la alternativa de ‘Democracia Económica’?
Durante un tiempo parecía que
había alternativa. Paul Samuelson preveía que, hacia la década de 1990,
la URSS superaría a EEUU en crecimiento económico, pero empezó a decaer y
mostrar serias deficiencias e ineficiencias. No podía
basarme en Marx para las alternativas, porque todo se había vuelto
demasiado complejo para que él lo hubiera previsto. Era claro que hacía
falta pensar alternativas.
Me fijé en los experimentos
cooperativistas, con introducción de mercados, en Yugoslavia y Hungría.
Una idea importante es que no existe un único “Mercado”.
Lo que llamamos “mercado” en realidad son tres: mercado de bienes y servicios, mercado de trabajo y mercado de capital.
Si lees a Marx, la conclusión es
que hay que eliminar el mercado de trabajo y el de capital en el
sentido de democratizar esos ámbitos. De ahí que hable de ‘Democracia
Económica’. A la vez, conviene mantener el mercado de bienes
y servicios, porque es una forma de democracia. Citando a Schumpeter,
el dinero de los consumidores en el mercado de bienes y servicios opera
en cierta medida como un voto: manifestamos qué queremos, qué no, y el
mercado reacciona y trata de adaptarse a las
preferencias. Democraticemos el trabajo.
Siempre cantamos las virtudes de
la democracia, pero sorprendentemente desaparece en cuanto se trata del
trabajo. Podemos elegir al presidente, pero no al jefe. Ocurre algo
parecido con la inversión. Las decisiones en materia de
inversión requieren planificación a largo plazo y afectan a muchísimos
ámbitos y a las vidas de todos. ¿Por qué no tenemos voz al respecto? Los
inversores deciden invertir o no, cuando y como quieren.
Si queremos una economía
democrática de verdad, hace falta incorporar la democracia al trabajo y a
la inversión. Los datos empíricos demuestran que las empresas
democráticas funcionan al menos tan bien como las capitalistas y la
banca pública también funciona en Japón o Corea del Sur.
El término ‘socialismo de mercado’ puede acarrear muchas críticas por parte de los marxistas más acérrimos.
Marx nunca dijo que no pueda haber mercados. Al inicio de
El Capital -cuando lleva a cabo el análisis de las mercancías, el
intercambio, el valor, etc- queda claro que el elemento fundamental, lo
que lo cambia todo, es un nuevo tipo de mercancía: la fuerza de
trabajo.
De repente, los seres humanos
solo tienen una cosa que vender, su fuerza de trabajo. Ese es el secreto
del capitalismo que desentraña Marx. Por la fuerza de trabajo se paga
lo mismo que por cualquier mercancía.
El problema es que la fuerza de trabajo sea una mercancía, la única que pueden ofrecer los trabajadores.
¿Cómo entendemos en su modelo el papel que debe jugar el mercado?
Lo que planteo es que cabe una sociedad socialista que tenga mercado siempre y cuando la fuerza de trabajo no sea una mercancía. El problema es la competencia, los trabajadores no tienen por qué competir por ver quién trabaja más por menos. Eso es consecuencia de la lógica propia del capitalismo (amenaza de despidos, etc.).
Estoy convencido de que Marx
estaría de acuerdo en que el problema no es el mercado per se, sino la
explotación de la fuerza de trabajo y la división entre propietarios de
los medios producción y los trabajadores. Otra cosa relevante,
aunque Marx lo planteara en términos muy abstractos, es que al hablar
de capitalistas se refiere a quienes aportan el capital, pero en
realidad no hacen nada. No son productivos, no fabrican las máquinas, ni
los edificios, ni aportan nada; así que podemos
tener un mundo sin capitalistas. Si el problema es la fuerza de trabajo
como mercancía,
¿por qué no establecer fuerzas y centros de trabajo democráticos en los que se trabaje juntos y se compartan los beneficios? Ahí radica parte de la solución, en librarse del trabajo asalariado.
En su obra, Mondragón aparece como un ejemplo de éxito. En 2013 cerró su buque insignia Fagor y ha sido aprovechado por medios y economistas para condenar el modelo cooperativista al fracaso. ¿Ha arrastrado Mondragón los mismos males que una empresa capitalista al uso, tratando de crecer sobredimensionadamente y competir en un mundo globalizado?
Mondragón es un caso muy
interesante. Es la inspiración para cualquier modelo cooperativista.
Cierto, Fagor quebró, pero Mondragón opera con una lógica distinta a la
de las empresas capitalistas. Prueba de ello es la reubicación
de los trabajadores cooperativistas. Al participar en el capitalismo es
cierto que se contagia de algunas de sus dinámicas e instituciones: hay
trabajadores contratados y existe una cierta tendencia al crecimiento.
Pero siempre está la diferencia interesante
en su fundamento: orientación al empleo y distinta forma de afrontar
crecimiento.
Los trabajadores quieren proteger su trabajo, así que no se produce una deslocalización en el sentido capitalista.
Las empresas capitalistas no
tienen ningún vínculo de lealtad con sus trabajadores ni con la
comunidad. Para las empresas cooperativas que operan en el capitalismo,
es difícil sobrevivir con éxito en la competencia encarnizada del
capitalismo. Sigo pensando que Mondragón es un ejemplo histórico
de éxito.
¿Qué instrumentos son clave para evitar que la competencia capitalista y la dinámica neoliberal afecten a las cooperativas?
No
hay una solución definitiva. Es más difícil establecer cooperativas que
montar una empresa capitalista. Si reforzamos la banca pública, se
puede favorecer la creación de cooperativas. Lo bueno es
que dan estabilidad a las comunidades, no se van, y eso es un problema
esencial hoy.
Fijémonos en Detroit, al abandonar las empresas la ciudad solo
queda tierra quemada. La gente creía aquello de que lo que era bueno
para General Motors era bueno para EEUU, pero ahora somos mucho más
escépticos sobre la lealtad o el compromiso de las empresas.
Los procesos de deslocalización son ilustrativos en ese sentido. Los
instrumentos clave pasarían por el control social de la inversión y un
sistema de bancos públicos que canalicen los fondos de inversión.
¿El colapso mundial en 2008 ha sido la gran oportunidad perdida para cambiar o reformar el sistema?
Uno
de los problemas de la crisis de 2008 es que no había ninguna sensación
de alternativa. Ante algo así hay que rescatar a los bancos porque si
no se les rescata toda la economía sufre, la gente
pierde su trabajo, no hay ingresos públicos… ¿Y por qué no nacionalizar la banca? Nadie pensaba en eso, no era una posibilidad, suena a comunismo.
Pero
¿acaso hemos vuelto a la normalidad? Es sorprendente porque ahora, más
que cuando empecé a escribir, existe una profunda sensación de que el
sistema no funciona y está corrompido. Si no, ¿por
qué se elige a Donald Trump? Si hemos elegido este presidente es porque
no estamos en una situación normal.
Los datos muestran la evolución y
la relación entre productividad y sueldos, y cómo los sueldos,
ajustados a la inflación, son más bajos ahora que en los años 70. No
tiene nada que ver con aquella época dorada del capitalismo entre
1945 y 1975. La productividad sigue subiendo y la situación empeora.
Los sindicatos están diezmados, los contratos son cada vez más
precarios, aumenta la acumulación de riqueza.
Habrá nuevas crisis económicas y quizá entonces será el momento de hacer algo distinto, aunque nadie se atreva a formularlo rotundamente.
En su visita a España aborda cuestiones como la crisis ecológica. ¿Es la gran amenaza que se cierne sobre el capitalismo o cabe la posibilidad de que se produzca un “capitalismo verde” que aproveche la coyuntura climática?
El capitalismo verde no es una
imposibilidad lógica, pero sí virtual. El capitalismo necesita crecer
para estar sano. La plusvalía capitalista debe reinvertirse para generar
más beneficio. Si no se invierte, la consecuencia es
una recesión con efectos devastadores. Hace falta consumo y crecimiento
constantes. Es curioso:
cuando la economía no crece se dice que hay “estancamiento”; cuando
las células del cuerpo no crecen lo llamamos estabilidad, y si crecen lo
llamamos cáncer.
Siempre cito a Kenneth Boulding,
un economista que decía que “solo un loco o un economista creerían que
un crecimiento exponencial puede perpetuarse en un mundo finito”. Solo
hay que hacer las cuentas. En Estados Unidos durante
el siglo XX, incluso con la Gran Depresión, hubo una tasa media de
crecimiento anual del 3%. Con esa tasa de crecimiento, la economía se
duplica cada 24 años. En un siglo, se multiplica por 16. El PIB de
Estados Unidos en el año 2000 era de 10 billones de
dólares.
¿Alguien puede creer que para final de siglo la economía será 16 veces mayor?, ¿qué consumiremos 16 veces más? Te dicen que no serán cosas materiales, pero que alguien me diga cómo se puede conseguir un crecimiento así sin
consumo material. Tenemos que poner freno, y es una necesidad urgente por lo que estamos haciendo con los océanos y el clima.
Si queremos parar el cambio
climático hace falta la intervención decidida del Estado. En la derecha
se oponen, pero no hay alternativa. Y lo interesante es que sí existe
una alternativa: la Democracia Económica.
Las empresas capitalistas
tienden a crecer con rendimientos constantes de escala, pero esa lógica
no opera en las empresas democráticas, aunque exista competencia.
No hay interés en crecer de esa forma porque eso supone repartir los
ingresos entre más gente, en lugar de obtener más beneficios para unos
pocos, como en las empresas capitalistas. La competencia es buena, es el motor de la innovación y es sano intentar
mejorar, pero el problema es la necesidad de crecimiento constante.
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