JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Sucede con lamentable frecuencia. Sería de necios culpar a la “prensa impía y blasfema” de las esperpénticas opiniones de clérigos, de alto o bajo rango, sobre los temas más diversos. Los vídeos refrendan titulares con afirmaciones contundentes, con especial saña en lo que se refiere a mujeres, inmigrantes u homosexuales.
Poco hablan de otros colectivos en donde abundan depredadores condecorados y bendecidos por dádivas que ocultan ultrajes. Siempre, pero más en una sociedad plural, el Evangelio es más propuesta que norma a imponer. Parecen volverse locos cuando ven grabadoras o cámaras. Afectados por el síndrome de los templos vacíos, aprovechan masivas celebraciones socio-religiosas para gritar desaforados contra todo lo que se mueve y que no es de su gusto. Bien es verdad que no es lo mismo una entrevista que una homilía, aunque dudo que deba haber “patente de corso” en todos los escenarios.
Cada vez urge más el Directorio sobre la Homilía que se pidió en el Sínodo de 2008. En la Verbum Domini se pide expresamente evitar “homilías genéricas que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones, que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico”.
Lo decía san Juan de Ávila, cuando, colmado de alabanzas por un sermón, respondió : “Eso mismo me decía el demonio antes de subir al púlpito”. Cuando las opiniones personales asoman en el púlpito se corre el riesgo de herir más que de curar, volviéndose armas letales que acosan y derriban, más que bálsamos que curan y alivian. Habrá que cuidarse, pues.
Y en las homilías, se escucha de todo. Las hay regañonas y blandas; ideologizadas e intimistas. Hay quienes las preparan hincando codos para soltar clases magistrales y quienes solo lo hacen de rodillas soltando efluvios afectivos que no interesan. Hay otros que las convierten en apéndices de opinión personal sobre noticias de prensa y quienes creen estar aún en las orillas del lago de Galilea.
Hay predicadores, y abundan, que las aprovechan para reñir a los que están, lanzando acusaciones a los ausentes. Hay, al fin, homilías que mueven más los traseros de las bancadas que los corazones de los fieles, soltando el pájaro de la jaula y, desafiando al reloj, no saben cómo hacerlo regresar.
La homilía no es ni foro de opinión, ni aula teológica, ni catequesis sistemática, ni escaparate de sentimientos. Es parte de la celebración litúrgica, pero quizás lo difuso sea el concepto de lo celebrativo. La prisa devora a muchos pastores, evitando la adecuada preparación doctrinal, orante y realista de la homilía.
Cada día el papa Francisco nos regala el texto de su comentario evangélico. Puede ser un buen recurso para quienes, devorados por la urgencia y el celo pastoral, no reparan en lo que predican y sueltan la liebre para incendiar.
En el nº 2.894 de Vida Nueva
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