5.10.2014

Educar, tarea de todos, de Pedro López (LEVANTE-EMV, 07/05/2014)

Hace unos días se publicaba en Levante-EMV una columna con un título parecido, pero puesto entre interrogantes. Quien lo escribía, Agustín Zaragozá, expresaba la opinión de que la educación es una tarea exclusiva, o casi, de los profesionales docentes; aunque, la verdad, no me quedó claro. Lo que sí parecía meridiano era que, a los reiterados informes de PISA, que indican que España ocupa uno de los últimos lugares en educación de la OCDE (países desarrollados), no hay que hacerles mucho caso.
Me produjo cierto desasosiego esta actitud, vamos a denominarla así, negacionista. Porque despachar el asunto, y grave, de la educación en España, dando por bueno lo que tenemos es, en el mejor de los casos, un ejercicio voluntarista. La realidad constatada nos habla de un fracaso escolar perverso: un tercio de nuestros jóvenes no terminan la enseñanza obligatoria, lo que les condena a una subclase nini. Y desde luego, con esas cifras no podemos aspirar a ser un país a la vanguardia del desarrollo a escala mundial: nos tendremos que conformar con seguir en la España de la pandereta.
Sin embargo, dos días después, en parte, se corregía, encarando mejor, en mi opinión, la cuestión. Mal de padres, lo titulaba. Y ahí coincido. Tan importante es la educación que no solo no se puede dejar en manos de políticos, ni de sindicatos, ni de las administraciones públicas, ni siquiera tan solo de los profesores, grandes protagonistas; ni desde luego de los iluminados de turno. Y sin embargo llama poderosamente la atención la ausencia de los padres: ni están ni se les espera (Logse y Lomce incluidas). Y esta es precisamente, según mi parecer, tal como además lo consideraba el propio autor, el meollo del problema educativo que padecemos: el papel central de los padres en el proceso educativo. Pero, y esta es una cuestión decisiva, ¿quién le pone el cascabel al gato?
Los padres, a veces, piensan en el colegio como el aparcadero de los niños y adolescentes; y los profesores, en quitarse del barullo ingobernable en que se han convertido bastantes de nuestros colegios e institutos. Y todos a reclamar al maestro armero. Ya dijo Unamuno, en controversia con Ortega, aquello de «¡que inventen ellos!». Y nosotros a lo nuestro, que es la charanga. Pero en ese bullicio, ni unos ni otros están por la labor, sencillamente porque no se escucha a los demás. Y los alumnos, sin padre, ni madre, ni can que le ladre, como dice el refrán. Así, unos por otros, la casa sin barrer.