El
PP, Rajoy y el presidente de Murcia tratan que veamos de nuevo
normalidad en comportamientos que habíamos llegado a percibir como
insoportables para una democracia de
calidad
Cada nuevo acto de la tragicomedia
protagonizada por el PP y el todavía presidente Pedro Antonio Sánchez
convierte a Murcia en un espejo perfecto de cuanto está sucediendo en
España y su política. Si el clásico de Miguel Mihura
Ninette y un señor de Murcia
retrató la miseria humana de la España franquista del desarrollismo y la
emigración, esta versión 2.0, que bien podría titularse
Rajoy y un señor de Murcia, ejemplifica con precisión milimétrica la miseria de todos los déficits mayores que arrastra la cultura democrática española.
Tras la sacudida provocada por la
crisis y la indignación social ante el comportamiento de unas élites
económicas y políticas que exigían e imponían sacrificios a la mayoría
con la misma alegría y facilidad con que se eximían a sí mismas, muchos
de los estándares y criterios que rigen los usos y costumbres de
nuestra democracia e instituciones fueron sometidos a revisión. Hábitos y
comportamientos que se había llegado a aceptar como normales durante
los años de la burbuja fueron denunciados y señalados.
Instituciones, cargos y organizaciones han tenido que modificar, aunque
fuera sólo en apariencia, sus comportamientos y actitudes para tratar
de sintonizar con esa demanda social de higiene y decencia democrática.
Con el discurso oficial de salida de
la crisis parece venir de regalo el regreso sin complejos a los viejos
usos y estándares de los años dorados de la corrupción. El PP, Rajoy y
el presidente de Murcia se sitúan en la indiscutible vanguardia
de este revival de la
miseria, tratando que veamos de nuevo normalidad en comportamientos que
habíamos llegado a percibir como insoportables para una democracia de
calidad.
Así, en Murcia, su presidente, el PP
y Rajoy pretenden que eximamos de cualquier culpa a Pedro Antonio
Sánchez porque los seis millones de euros despilfarrados en un
auditórium que no está ni terminado "están allí, en la obra y no se los
ha llevado
a su casa". Ahora que parecía ya estábamos de acuerdo en que no bastaba
con no ser ladrón y teníamos derecho a exigir buenos gestores, va a
resultar que no, que el despilfarro representa un derecho del gobernante
que puede ejercer libremente y por el cual
no debe rendir cuentas ni asumir responsabilidades. La incompetencia
vuelve a ser un eximente político.
Así, en Murcia, su presidente, el PP
y Rajoy pretenden que volvamos a aceptar que para dimitir no basta con
que conspiren para delinquir, malversen, prevariquen, repartan dinero
público a dedo o se lo gasten en su promoción personal. Además han
de tener éxito y ejecutar el crimen. Si se queda en tentativa, no cuenta y lo justo y democrático es hacer como si no hubiera pasado nado.
Que el plan falle vuelve a ser otro eximente político.
Así, en Murcia, su presidente, el PP
y Rajoy pretenden que volvamos a aceptar que nadie debe asumir
responsabilidades políticas hasta que hablen los jueces. Una falacia que
ya habíamos descartado porque, cuando hablan los jueces, ya no quedan
responsabilidades políticas que asumir, solo sentencias e
inhabilitaciones que cumplir.
...tras
haber escrito el artículo Losada, la escusa de Rajoy se
ha venido al suelo, han aparecido contratos firmados y grabaciones
avergonzantes que dejan al hipócrita Presidente de Murcia y a Rajoy con
el culo al aire y sin puerta por donde
escapar.
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