Llevan
un tiempo los medios de comunicación, especialmente los del grupo
PRISA, bombardeándonos con el último producto de Javier Cercas Mena,
El monarca de las sombras,
que para variar vuelve a la guerra civil para seguir hablándonos de
Falange. Ya lo hizo una vez sobre un personaje tan relacionado con
Cáceres
como Rafael Sánchez Mazas y ahora lo hace sobre su tío abuelo Manuel
Mena Martínez. Y si en el caso de otra de sus novelas,
El impostor,
su protagonista Enric Marco venía a ser el Quijote ahora Cercas ha
decidido asociar al fascista de su tío abuelo con el mítico Aquiles.
Supongo que igual
que en El impostor
debió creerse Cervantes ahora se verá como Homero. Da igual que la
novela sea plana, insulsa e incluso un tanto tediosa o que una vez más
quiera
convencernos de que sus novelas no son de ficción. Estamos ante la
obsesión de un profesor de literatura por aparecer en sus novelas y
querer hacerlas pasar por algo más que un mero relato con voluntad de
ser literario.
Algunos
llaman a esto novela de no ficción, relato real, novela antigénero,
metaliteratura, género degenerado, posliteratura o como les venga en
gana, pero quizás pertenezca de lleno al territorio de
la egoficción. Lo curioso es que en sus declaraciones a los medios
Cercas no habla como un novelista sino como un historiador, lo cual no
deja de llamar la atención en alguien que está convencido de que la
historia nunca es objetiva. Aunque cuando dice esto
no se sabe cuál de sus muchos "yo" habla, si el personal, el literario,
el pueblerino, el mentiroso, el cosmopolita, el periodístico o el
historiador. A saber.
De
esta forma ocurre que, sean cuales sean sus intenciones y por muy
literarias que parezcan, lo que sus lectores perciben es que lo que leen
pretende pasar por Historia. Y así se produce la paradoja:
los historiadores llevamos décadas intentando comprender las causas y
consecuencias de la destrucción de la II República y por ahí en medio
aparece Cercas disfrazado de historiador e inventándose lo que le viene
en gana con el aplauso de los que nunca han
querido que se conozca ese pasado.
De
entrada conviene situar tanto a Cercas como a su tío abuelo Manuel
Mena, a quien considera "un niño inocente". No se cansa de decir allá
por donde va que "murió por culpa de una panda de hijos de
puta que envenenaban el cerebro de los niños y los mandaban al
matadero". No es una reflexión muy elaborada, pero a él le basta, ya que
debe pensar que así se le considerará un hombre de izquierdas, un
antifranquista. Pero al decir esto olvida que tanto entre
los golpistas como entre los defensores de la República hubo gente muy
joven, de la misma edad que Mena, y que muchos de ellos sabían
perfectamente, al igual que él, por qué y contra qué luchaban.
Así
que ni niños ni inocentes ni pandas de hijos de puta. Manuel Mena pudo
elegir entre respetar las leyes o actuar al margen de ellas y decidió lo
segundo, lo cual no es mal principio para alguien que
pensaba iniciar los estudios de Derecho ese mismo año. Se asombraría
Cercas si supiera el papel que tuvieron muchos de esos "niños inocentes"
en los pueblos que cayeron pronto, como el suyo, en poder de los
sublevados.
Según
nos cuenta el propio Cercas, uno de sus antepasados, Juan Mena, padre
de Manuel, propietario de tierras y ganado, era el cacique del pueblo.
Por otra parte su abuelo Francisco Cercas había sido
concejal durante el Bienio Negro y fue destituido en febrero del 36. En
fecha imprecisa, aunque supongo que sería en los meses del Frente
Popular, ambos fueron detenidos y pasaron por la cárcel "acusados de
almacenar armas en una finca". Javier Cercas, al
que este hecho lleva a decir: "A estas alturas todo estaba preparado
para que el país entero volase en mil pedazos", los justifica diciendo
que, ante el rumor de que los jóvenes socialistas de la Casa del Pueblo
fuesen a realizar una matanza de derechistas,
la propia Guardia Civil les aconsejó que se protegieran. ¿Y quién se
supone que debía defender a los socialistas de esa gente armada y
conchabada con la Guardia Civil?
Además, con ello Cercas da crédito a ese tipo de rumores que circularon
a posteriori
por todos los pueblos con el único objeto de justificar el golpe y la
represión. Lo cierto es que su abuelo Francisco Cercas, presidente de la
Sociedad
de Agricultores, fue igualmente el presidente de la gestora el 20 de
julio del 36, jefe local de Falange y alcalde de Ibahernando entre 1937 y
1939. "Un período bastante breve", añade Cercas sin percatarse de la
eternidad que representaron aquellos dos años.
Por cierto que en dicha gestora también estaba su tío Juan Domingo
Gómez Bulnes, yerno del cacique y que también llegaría a alcalde.
Tampoco su bisabuela, la madre de Mena, se cubre de gloria cuando la
vemos arremeter contra un vecino que ha luchado por la
República con el que se cruza por el pueblo echándole en cara que él
viva y su hijo no.
Para
Javier Cercas su abuelo Francisco era un "labrador instruido", "hombre
cabal" y "dotado de una autoridad congénita y de una congénita capacidad
para ejercerla", don este muy extendido entre quienes
accedieron al poder por vía militar. Añade que había simpatizado con el
socialismo y que procedía de Unión Republicana, el partido de Manuel
Azaña. Sirva esto de muestra de las mal digeridas lecturas que ha hecho
Cercas, ya que no hace falta ser un experto
en historia de la República para saber que Unión Republicana nació de
una escisión del Partido Radical y que el Partido de Azaña era Izquierda
Republicana y no el que él dice.
En
cuanto a su abuelo, aparte del disparate de asociarlo al socialismo,
más bien encaja en aquellos reaccionarios descolocados por la llegada de
la República que se metieron en el Partido Radical para
no quedar fuera de la vida política. Sería todo lo cabal y lo
congénitamente capacitado que su nieto desee pero lo que debería haber
hecho es presentarse a las elecciones. La forma en que llegó a la
alcaldía no lo deja en muy buen lugar y sería curioso ver
todos los informes políticos que llevaban su firma.
Cercas
intenta mostrar la bondad de sus familiares contando cómo ayudaron a
algunos izquierdistas. Parece no saber dos cuestiones básicas: que quien
en esas situaciones puede salvar vidas es muy probable
que también haya tenido la potestad de destruirlas y que raro fue el
partidario del golpe que, por lo que pudiera pasar, no contaba en su
haber con un
rojo
salvado. Y digo esto porque desde el desastre nazi en Stalingrado a
fines de 1942 y la debacle del fascismo italiano en septiembre de 1943
más de uno empezó a
pensar en el nuevo signo de los tiempos. Por suerte para ellos la
censura franquista les libró de ver los cadáveres de Mussolini y otros
afines colgados en una plaza de Milán en abril de 1945.
Para
los que apoyaron el golpe militar y se unieron a fuerzas paramilitares
como las banderas de Falange, caso de Francisco Cercas y Manuel Mena, su
idea de lo que se traían entre manos era similar a
la de un paseo triunfal. Tenían ante sí lo ocurrido en Cáceres, una
provincia que había caído casi por completo en cuestión de días. Para
esta gente su tarea consistía en ocupar el poder municipal, acabar con
la vida de una serie de gente muy concreta, expulsar
de todas las instancias locales a las personas relacionadas con la
República y reajustar la vida local como poco a la situación existente
antes del 14 de abril de 1931. La experiencia republicana debía ser
destruida y borrada, como si no hubiera existido.
Pero
ocurrió que la marcha triunfal terminó de manera abrupta el 7 de
noviembre de 1936 en las puertas de Madrid. Contra todo pronóstico el
ejército de la República paró en seco a las diferentes columnas
que esperaban ocuparla en poco tiempo. Todos ansiaban celebrar la
entrada en Madrid, unos con sus consejos de guerra listos para
desinfectar
la capital y otros con toda la parafernalia para la celebración de
misas al aire libre, y resulta que no solo no lo consiguieron sino que
el golpe devino
en una guerra interminable, una guerra de verdad y no la escabechina
que venían practicando desde julio. La decepción que sufrieron Francisco
Cercas y Manuel Mena de la que habla Cercas no era otra cosa que el
terrible choque que la guerra de verdad produjo
incluso en aquellos que la provocaron. La guerra no era lo que les
habían contado.
Nos
cuenta Cercas –imposible saber qué hay de verdad en ello– que Manuel
Mena, a la altura de 1938, estaba ya harto de la guerra y que si volvía a
ella era por un sacrificio personal, para que no tuviera
que ir otro de sus hermanos. Lo que le lleva a afirmar que era "un
hombre de carne y hueso, un simple muchacho pundonoroso y desengañado de
sus ideales y un soldado perdido en guerra ajena". También "había sido
capaz de arriesgar su vida por valores que, (…),
estaban para él por encima de la vida, aunque no lo estuvieran o aunque
para nosotros no lo estuvieran".
Y
añade: "… no murió por la patria…no murió por defenderla… murió por
nada…". ¿Le parecerá poco a Cercas que su familia pasase a controlar el
pueblo desde el 20 de julio de 1936? ¿No le choca que su
abuelo Francisco Cercas, presidente de la primera gestora fascista y
alcalde durante la guerra, considerara ya de mayor a los vencedores como
una banda de arribistas y desaprensivos, cuando no maleantes, y que
sintiera por ellos el mayor desprecio? ¿Acaso
no estaban él y su familia entre ellos? Se trata de un fenómeno
conocido y que pasó también a fascistas de toda Europa: con el paso de
los años aquel pasado negro les empezó a estorbar.
Otro problema es la terminología. Solo dos apuntes. Cercas y otros como él no se cansan de escribir y de hablar de cuándo
estalló
la guerra civil. Con ello lo que hacen es cubrir con el manto de la
guerra unos meses en los que no cabe hablar de guerra alguna, sino
simplemente de golpe
militar y de represión. El 17 y 18 de julio no estalla
guerra alguna, sino que se produce un golpe de estado contra la
República, golpe que, como hoy sabemos, venía
preparándose desde el mismo día de su proclamación. La guerra vino
luego. Primero fue la sublevación, el trasvase a la península del
ejército de África, sin el cual poco hubieran podido hacer, y el plan
represivo que produjo en pocos meses un genocidio de
proporciones desconocidas en nuestro país. En la zona controlada por
los fascistas no hubo
paseos,
sino un plan de exterminio perfectamente organizado por los militares y
civiles que movían los hilos de la maquinaria represiva.
Las personas asesinadas en Ibahernando, unas doce, dos de ellas mujeres, no fueron
paseadas
por un grupo de incontrolados sino que lo fueron por decisión de un
comité local presidido por alguien en funciones de comandante militar,
comité que, aunque
conocido por todos –máxime en un pueblo de dos mil y pico de
habitantes–, solía mantenerse en la sombra. Es posible que el comandante
militar de Ibahernando fuese un guardia civil y que este estuviese
asesorado en las tareas represivas por algunos vecinos.
Los componentes de dicho comité no solían mancharse las manos de
sangre, para eso estaban el personal subalterno, ya fueran falangistas,
guardias o simples voluntarios. Así pues hablar de
paseos es ignorar la mecánica represiva puesta en marcha por los sublevados.
Una
de las claves de la novela es la ambigüedad, lo cual no es de extrañar
si pensamos en la dificultad de convertir a un fascista común que
encuentra la muerte en una batalla nada menos que en Aquiles.
Veamos un ejemplo. En un momento se puede leer que la Falange fue "la
milicia armada de la reacción en el violento expediente de urgencia
segregado por la oligarquía para terminar con una democracia que
pretendía reducir sus privilegios…". Esto parece que
procede de algún libro. Y en otro se asocia esa misma Falange al
"idealismo romántico y antiliberal, la radicalidad juvenil, el vitalismo
irracionalista y el entusiasmo por los liderazgos carismáticos y los
poderes fuertes de aquella ideología de moda en Europa".
Y aquí parece que transcribe a Sánchez Mazas.
Cercas
prefiere hablar de falangistas y franquistas más que de fascistas y de
fascismo, concepto que solo aparece en relación con Europa. Esta
confusión sistemática está en la base de la novela y es
continua y obligada, ya que si no existiera no habría forma de salvar
al personaje. Parece que este es el destino de Cercas: salvar a
fascistas y farsantes como Sánchez Mazas, Enric Marco o Manuel Mena.
El
panfleto de Cercas se encuentra en la misma onda de aquella declaración
que el gobierno de Felipe González y Alfonso Guerra realizó en 1986 con
motivo del cincuenta aniversario del golpe militar.
Según parece, pretendían "honrar y enaltecer la memoria de todos los
que, en todo tiempo, contribuyeron con su esfuerzo, y muchos de ellos
con su vida, a la defensa de la libertad y de la democracia en España". Y
también manifestar "su respeto a quienes, desde
posiciones distintas a las de la España democrática, lucharon por una
sociedad diferente a la que también muchos sacrificaron su propia
existencia".
Pues
bien, este cinismo de calculada ambigüedad es exactamente el mismo que
parece inspirar el escrito de Cercas. El PSOE lo hacía por satisfacer a
todos, seguir obteniendo más votos que los demás y
perpetuarse en el poder. Cercas lo hace para blanquear a través de su
tío y de su familia el pasado del fascismo español. También para
salvarse a sí mismo de tan negra memoria familiar, con la que no sabe
qué hacer. Afirma que solo en la madurez ha dejado
de sentir vergüenza por sus orígenes familiares, pero que ya se ha
resignado a ellos. Y piensa, imbuido sin duda de la clarividencia
histórica que lo caracteriza, que su familia "había sido franquista, o
por lo menos había aceptado el franquismo con la misma
mansedumbre acrítica que lo había aceptado la mayor parte del país".
Sin
duda le hubiera venido bien un proyecto de investigación similar al que
se llevó a cabo en Alemania en los años noventa, titulado "El abuelito
no fue nazi. Nacionalsocialismo y holocausto en la memoria
familiar".
Al
recordar el entierro celebrado en el pueblo en honor de Manuel Mena
Martínez viene a la memoria lo escrito por un vecino de Sanlúcar de
Barrameda con motivo de un acontecimiento similar ocurrido allí
durante la guerra. Decía: "Rodeada así la vida de este aparato militar y
litúrgico, la vida parece una cosa despreciable. Dan ganas de
convertirse en muerto". Eso debieron pensar algunos vecinos de
Ibahernando, olvidando que ya había habido muertos.
Desgraciadamente
Cercas aporta escasa información sobre los vecinos de su pueblo que
fueron asesinados a partir del 20 de julio. Quizás la más citada sea la
maestra Sara García, de 22 años, cuyo cadáver
apareció en una finca. Como en otras muchas ocasiones el crimen se
justifica por motivos externos: porque su novio, un izquierdista, había
huido o, también, porque se trató de una venganza de un pretendiente
anterior. Conocemos estas historias. Son ya muchos
años intentando asociar la represión a cuestiones personales. Hay, sin
embargo, otra opción que Cercas no tiene en cuenta: por lo general la
gente dedicada a la enseñanza fue asesinada por ser de izquierdas y
representar la apuesta más importante realizada
en nuestra historia a favor de la educación pública. Por su edad, la
maestra Sara García pudo ser una de esas maestras de la generación de la
República que no encajaban de ninguna manera en los planes de enseñanza
que los sectores más reaccionarios de la sociedad
española, con la Iglesia en cabeza, impusieron de inmediato. También
fue asesinado otro maestro.
Para
justificar el terror que segó vidas en una pequeña localidad en la que
hasta ese momento no se había derramado sangre, Cercas recurre a
fórmulas que no cuadran con el caso. No se trata ya de dar
pábulo a rumores como el de que jóvenes socialistas habían creado una
lista con los nombres de los derechistas que había que eliminar, sino de
hablar de "la situación explosiva" existente en el pueblo en los meses
anteriores al golpe o aludir a los propietarios
"asustados por la deriva revolucionaria de la República y sobre todo
por la atmósfera de violencia que desde hace meses se respira en
Ibahernando". Tampoco se priva de decirnos que sería raro que Manuel
Mena "no respirase allí [Cáceres] la atmósfera de preguerra
que se respiraba en todo el país" y que sintiese "la inminencia del
estallido violento" que todo el mundo sentía. Cercas está preparando el
terreno para el golpe y para su familia.
Al
poco tiempo de morir, el nombre de Manuel Mena pasó a denominar una
calle del pueblo. Según la ley de memoria histórica esta calle debería
desaparecer. Nadie que se sume a un golpe de estado merece
una calle. La pregunta que surge ahora, tras la salida al mercado de la
novela de Cercas, es quién se atreverá quitar del callejero de
Ibahernando al héroe local que su sobrino nieto ha convertido en mito.
¿Qué más da que sirviese por voluntad propia en fuerzas
paramilitares como Falange o a las órdenes de golpistas como Yagüe o
Barrón? Es más, tal como van los tiempos es muy posible que Javier
Cercas, además de dar nombre a la Casa de la Cultura de su pueblo, pase a
denominar alguna de las calles cercanas a la de
su tío abuelo. El día que eso ocurra se cerrará esta historia. Aquiles y
Homero juntos.
La
cuestión de fondo del libro de Cercas es dejar sentado que se puede ser
"un joven noble y puro y al mismo tiempo luchar por una causa
equivocada", es decir, ser un fascista. Como es lógico, la respuesta
del sobrino nieto de Manuel Mena Martínez, en la estela de la
declaración del gobierno de González y Guerra en 1986, es que sí.
Este
mismo espíritu es el que ha llevado hace poco a un juez de Soria,
Carlos Sánchez Sanz, a decidir que el nombre de Yagüe debe seguir unido
al de San Leonardo, su pueblo. Esto y un acuerdo de pleno
de 2016 en el mismo sentido firmado por PP, PSOE y Ciudadanos. El
argumento es similar al de Cercas: una cosa es el Yagüe falangista,
guerrero y represor, y otra muy diferente el Yagüe benefactor que
convirtió a su pueblo en un oasis soriano. Naturalmente
se deja a un lado que la decisión de denominar al pueblo San Leonardo
de Yagüe es de enero de 1940, cuando el jefe de la columna de la muerte
aún no había derramado su acción benéfica sobre su pueblo.
Y
es que Yagüe, como Mena, también entra dentro de ese privilegiado grupo
de hombres puros y cabales que dieron vida, cada uno desde su sitio, al
fascismo español, igual que "el poeta" Pemán o "el aviador"
Ruiz de Alda. ¿Para cuándo la reposición de las plazas y avenidas
antaño dedicadas a Franco, el gran benefactor de España? Sería solo el
principio. Al fin y al cabo hombres de tan gran corazón como el
carnicero de Badajoz no hubo muchos, pero de héroes locales
está el país lleno.
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