“Patria” muestra que el País Vasco
en la época del terrorismo ha vivido una guerra civil silenciada
Donostiarra de 1959, Fernando Aramburu nació el mismo año que
se fundó ETA. En 1985, cuando la guerra antiterrorista ya se había
desatado y ETA aumentaba siniestramente la trágica lista de víctimas, él
se marchó a vivir a Alemania, donde reside desde
entonces. Los noventa fueron los años oscuros, los del asesinato de
Gregorio Ordóñez, el secuestro de Ortega Lara, el secuestro y ejecución
de Miguel Ángel Blanco… Entonces este poeta, novelista, ensayista…
estaba preparando el salto literario a la primera
división… pero con el paisaje de Euskadi siempre de fondo.
Antes de su nueva novela, Patria, un relato excepcional sobre
el terrorismo en el País Vasco, donde las víctimas ocupan un primerísimo
plano, Aramburu ya había escrito desde la lejana Westfalia Los peces de
la amargura, donde también hablaban las víctimas,
y Los años lentos, donde la sombra de la culpa asomaba en el relato.
Con ambos libros conquistó galardones prestigiosos: el Premio Mario
Vargas Llosa y Premio Dulce Chacón de Narrativa Española en 2007, el
Premio Real Academia Española en 2008, el Premio Tusquets
de Novela en 2011…
Reconocimientos a la responsabilidad ética y también literaria
de un creador que dejó una tierra de pistoleros en los ochenta y que
ahora cuando vuelve, regresa a un pueblo más soleado, de gente
despreocupada en la playa de la Concha y en la Zurriola,
sentada en las terrazas, paseando sin guardaespaldas, con paredes
limpias de pintadas. Un pueblo que necesita “un espacio de la memoria”,
porque “las futuras generaciones tienen derecho a él2 y porque si no “el
recuerdo será muy frágil”.
Alguien
dijo hace poco que éste era un momento para el diálogo, pero que
todavía no había llegado el tiempo del perdón, ¿usted cree que no
estamos aún preparados?
No creo que debamos estar preparados para eso, sino tener
voluntad. Debemos reconocer qué se ha hecho mal y tener la voluntad de
hacerlo bien. Por otro lado, la solicitud de perdón en público no creo
que vaya a suceder. Hay que tener empatía, buen corazón,
sensibilidad y apego por lo noble del ser humano.
El perdón es algo muy íntimo y convertirlo en una declaración de
principios creo que es un error. Las personas están implicadas con
distintas intensidades en este asunto. Y ¿quién podría pedir perdón
a las víctimas? Es difícil reducir un fenómeno tan complejo a una situación de perdón.
¿Usted perdonaría?
Si yo fuera una de las víctimas, no sé qué habría hecho.
En su novela hay nueve personajes y cinco son hombres, sin embargo se nota mucho el peso de la mujer…
Es cierto que son menos, estarían en minoría, pero buena parte de
la novela sucede en el ámbito privado, en cocinas, dormitorios, salones…
donde es muy habitual que la mujer vasca tenga un peso fuerte. Los
personajes femeninos de mis libros tienen fortaleza
de carácter y son las que ostentan la potestad de la palabra. Los
hombres, sin embargo, son más retraídos, si hay que actuar, actúan, pero
son remisos a hacer confesiones. Por otro lado, ¿cómo iba a relatar una
historia de familiares sin madres y sin hermanas?
Hablando
de familiares, cuando vuelve al País Vasco a ver a los suyos y a sus
amigos y se cruza con alguno de juventud que luego ha estado vinculado a
ETA, ¿qué ocurre?
Nunca he tenido un amigo que estuviera implicado con el
terrorismo, si lo estuviera, dejaría de ser amigo suyo instantáneamente.
Teníamos nuestras tendencias ideológicas, pero recuerdos los años de
juventud como muy pacíficos, salíamos de pesca, ligábamos
con chicas… Por razones naturales me he ido distanciando de mis amigos
de juventud y he ido adquiriendo otro círculo de amigos.
¿Cuál era el propósito de esta novela?
La tarea consistía en trasladar a un texto una experiencia previa
compatible con la literaria. Hay una experiencia anterior del libro sin
la cual éste no hubiera surgido. Viene de artículos y noticias de
prensa, de cosas que me han contado, de recuerdos
de infancia y juventud. Era consciente de que yo no estoy muy empapado
de la realidad local, entonces ¿qué podía yo contar? ¿Qué literatura
podía yo hacer? Podía crear personajes con rasgos de personas que he
conocido personalmente, aprovechar mis países de
infancia y juventud…
¿Siente la responsabilidad o algún tipo de obligación de escribir sobre el terrorismo en el País Vasco?
La asumo, asumo la responsabilidad de tipo moral, pero desde la
responsabilidad literaria. No me vale cualquier cosa. El relieve
literario debe estar, el trabajo debe estar bien hecho. Otra es la
responsabilidad que tiene que ver con mi conciencia y con
el dolor que he sentido cada vez que han asesinado a alguien. Nunca me
ha dejado indiferente. Me mueve a veces la indignación que siento al ver
que unos seres humanos hagan daño a otros. Me siento incapaz de guardar
silencio y eso lo canalizo por la vía de
la literatura.
El cine ha tratado mucho más el tema de ETA que la literatura, ¿por qué?
El cine tiene aportaciones notables, pero respecto a lo de la
literatura, no tengo respuesta. En mi biblioteca los libros de Historia
sobre el terrorismo abundan más que los de ficción. Quizás es que hace
falta reflexionar más… No se puede hacer una novela
si no has entendido todo el fenómeno. Yo con esta novela quería hacer
una especie de indagación en la condición humana, ¿cómo se vive el hecho
de que a uno le maten al padre? ¿cómo se vive la soledad, el acoso, las
interferencias con los vecinos…?
Usted ha estudiado el tema, es de allí, ¿cómo explica la existencia de ETA después de la dictadura?
Durante el franquismo, la gente pensaba que estaban contribuyendo a
derrumbar la dictadura. Las distintas facciones de ETA despertaban
simpatía general en la población. Pero en democracia era muy raro que
siguieran matando, que mataran más. Entonces se
decretó la amnistía. Ellos lo que querían era derribar el sistema
democrático e imponer su totalitarismo igual que Franco en el 39. Lo que
pasaba es que estaba limitada la acción a una parcela de España. Pero
empezaron a caer los militantes, el caso Yoyes…
asesinar fue la punta del iceberg, las amenazas… todo se resume en la
palabra terror, que ha dividido a la sociedad, ha roto familias,
amistades…
Y a pesar de todo el País Vasco ha encontrado hueco para el humor.
El humor es muy importante para desactivar al agresor, es saludable para la sociedad vasca.
Vaya semanita ha hecho mucho bien, lo mismo que Ocho apellidos vascos, todo ello ayuda a desmitificar nuestros flancos ridículos, pero no se mofa de los que han sufrido.
En la novela no se menciona el nombre del pueblo nunca, ¿por qué?
Es una especie de responsabilidad que tengo con los detalles.
Igual que necesito un orden con las fechas de los episodios más
importantes, me pasa lo mismo con los espacios, necesito uno para que
los personajes no se queden en el aire, pero no le hacía
falta nombre. Es la responsabilidad por los detalles, aquí se insinúan,
se sugieren, ayudan al lector a reconstruir.
La
novela tiene una estructura muy estricta, está muy trabajada, ¿es antes
la literatura para usted que el compromiso con esta realidad de la que
habla?
La estructura es muy estricta, el trabajo de escritorio es
minucioso y muy complejo, pero es la manera de ordenar un material
caótico que tienes de una forma vaga en la mente. El sistema de
narración está inspirado en los puzles sabiendo que terminará
construyendo un dibujo general. Los nueve protagonistas se reparten
tramos de narración, de tres en tres piezas, con alguna excepción de
cuatro. Yo trabajaba con un panel con los nombres de los protagonistas y
sabía a quién le tocaba protagonizar los siguientes
capítulos.
También hay un juego con el tiempo…
No podía explicar los datos cronológicos, no tenía todos los
datos, además, porque los periódicos de la época no daban todas las
noticias, escondían algunos hechos.
Ahora hay paz, ¿qué siente cuando vuelve a San Sebastián?
En San Sebastián veo la playa llena de gente, los bares, las
terrazas siempre con gente, músicos callejeros, paredes limpias de
pintadas. “No se puede detener el tiempo”, la frase no es mía. Pero
siempre pienso que hay que contribuir a un espacio de la
memoria y que el que quiera acudir a él –películas, libros, historias…-
pueda hacerlo. Las futuras generaciones tienen derecho a que exista ese
espacio.
¿Y ese espacio de la memoria que verdad contará?
No hay una verdad única, cada uno lo ha vivido desde su punto de
vista. En el futuro habrá una imagen más precisa que se conseguirá
cotejando distintos testimonios. Pero si nadie se molesta en rodar, en
escribir… los del futuro solo tendrán las hemerotecas
y a sus abuelos y el recuerdo será frágil.
Pero tampoco todas las miradas tienen la misma intensidad.
No. Es muy difícil. Hay una herida interna que no tiene la misma
dimensión si es de las personas a las que han matado a su padre, a su
hijo… Es penoso nacer en un país donde se han pasado los años pegando
tiros y poniendo bombas. Me hubiera gustado nacer
en Suiza, en Noruega… donde los jóvenes tienen una posibilidad de
desarrollo personal, pero ¡que aquí haya quien justifique la violencia
aún! Es como los que defienden la violencia en Irak, pero esos ¿saben
cómo se vive en Irak? Eso es muy fácil decirlo, pero
hay que ir allí e intentar ayudar.
Con
Patria, ya terminada, ¿qué sensación tiene?
La sensación de que uno está haciendo lo que debe. Lo doloroso es
la experiencia previa, porque hubo pasajes de esta historia que me
afectaron mucho. Ahora, después de escribir esta novela, estoy vacío,
intento llenarme con lecturas de libros de otros.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada