Rita Barberá, la fiera que se lleva la riada
COMUNIDAD VALENCIANA Eldiariocv.es
Adolf Beltran - Valencia
14/09/2016 - 17:49h
Es
hija de un periodista, José Barberá, que se adhirió al Movimiento
Nacional y vivió bien instalado en los engranajes de la dictadura de
Franco (fue 30 años presidente de la Asociación de la Prensa de Valencia
y también concejal). No se puede explicar sin ese origen sociológico la
figura de Rita Barberá (Valencia, 1948), a quien en 1973 declararon
"musa del humor", algo así como la reina de la fiesta de un concurso
literario convocado por el Ayuntamiento de la ciudad.
Licenciada
en Ciencias Políticas y en Ciencias de la Información, Barberá ejerció
poco como periodista. Su vocación era la política, una actividad en la
que se inició a los 27 años como fundadora en Valencia de Alianza
Popular, la organización encabezada por Manuel Fraga que pretendía
prolongar en democracia liderazgos reformistas de las últimas etapas del
régimen. Apenas una década después, en 1987, ya era cabeza de lista en
las elecciones autonómicas. Tuvo que conformarse con ser la portavoz de
la oposición frente al socialista Joan Lerma en las Corts Valencianes,
una Cámara de la que ha formado parte ininterrumpidamente desde 1983
hasta 2015, y que la ha elegido después senadora de representación
territorial, precisamente el puesto del que se resiste a dimitir aunque
sea a costa de su militancia de tanto años.
Cuando
en 1991 optó a la alcaldía y la alcanzó gracias a un pacto con los
anticatalanistas de Unión Valenciana, pese a que la socialista
Clementina Ródenas había sido la más votada, Barberá abrió un periodo en
la política valenciana caracterizado por un fiero populismo y la
prolongación de unos referentes colectivos típicos del franquismo. La
fórmula, una combinación de agresividad, maniqueísmo y triunfalismo
hiperbólico, la convirtió en uno de los animales políticos más poderosos
que ha tenido la derecha valenciana.
De
hecho, solo tuvo un rival en el liderazgo del PP, Eduardo Zaplana, con
quien nunca se llevó bien. La Valencia de los grandes eventos, que
Barberá impulsó por persona interpuesta, el entonces presidente de la
Generalitat, Francisco Camps, pupilo suyo como concejal de Tráfico en su
tiempos mozos, supuso la apoteosis del estilo Barberá, cuyas
consecuencias, en términos de deuda de las instituciones y de casos de
corrupción, pero también de mala imagen, todavía está pagando la
sociedad valenciana.
Solo
la Copa del América se ha librado de protagonizar un caso judicial. La
visita del Papa a Valencia en 2006, punto culminante de la borrachera
política de Barberá y Camps, la celebración de una prueba de Fórmula 1
en un circuito urbano construido al efecto o los encuentros Valencia
Summit que centran el caso Nóos son ahora artefactos destripados sobre
la mesa de jueces y fiscales en investigaciones sobre corrupción.
Pero
el poder de Rita Barberá se extendía a más ámbitos, como el
metropolitano, en el que desmontó el organismo que lo gobernaba y en el
que, con el paso del tiempo, acabó produciéndose el saqueo de la empresa
pública que gestiona la depuradora de Valencia, en lo que se conoce
como caso Emarsa.
Siempre
que pudo evitó Barberá los cargos orgánicos. Su poder era fáctico. Su
popularidad era la llave de una influencia que empezó a declinar cuando
su empeño por prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hacia el mar,
arrasando el núcleo histórico de El Cabanyal, fracasó por la oposición
vecinal. Su locuacidad, cargada de tintes etílicos las noches de
victoria electoral, hizo el más grande de los ridículos con el famoso episodio del "caloret",
a poco meses de las elecciones de 2015, en el que la opinión pública
pasó de cierta condescencia ante el exceso a una clamorosa vergüenza
colectiva.
Había conseguido librarse de su implicación en causa judicial alguna, pero Barberá se estrelló en las elecciones. "¡Qué hostia! ¡Qué hostia!"
confesó a Serafín Castellano, otro de los dirigentes del PP hundidos
por la corrupción. Había perdido la vara de mando, que se negó a
entregar físicamente al nuevo alcalde, Joan Ribó. Y la perdió en un
sentido más que simbólico.
Era una fiera herida, cuyos zarpazos ya no daban miedo. El caso Taula, que iluminó la vinculación, también del PP de la ciudad
y de la gestión municipal bajo su mando, a la supuesta financiación
irregular del PP provincial, un fragmento por otra parte del problema
general de corrupción relacionado con la financiación del PP valenciano
desvelada por el caso Gürtel, viene a llevarse, como la riada que una
vez inundó la ciudad de Valencia, los despojos de un animal político que
se aferra con uñas y dientes al cargo público hasta el final.
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