En el País Vasco, sobre todo en Bizkaia,
ni partidos ni sindicatos participan de forma directa. Por exigencia de
los propios pensionistas no se admiten pancartas de ninguna
organización
Cuando
Stéphane Hessel lanza en 2010, a la edad de 92 años, la consigna
“indignaos”, coreada por José Luis Sampedro con 93 años, los
pensionistas españoles no se sienten aludidos. Tras la muerte de Hessel y
Sampedro,
aquellos pensionistas, entonces reserva de votos del PP, inician una
revuelta que hace temblar al endeble gobierno de Mariano Rajoy. La causa
de esa inesperada rebeldía, promovida desde un colectivo de 10 millones
de personas, es el recorte de las pensiones,
provocado por las reformas laborales y de la Seguridad Social que en
2011 y 2013 impusieron los gobiernos del PSOE y del PP a los actuales y
futuros pensionistas. En realidad la ofensiva contra las pensiones
públicas comenzó en 1995 al desvincular las cuentas
de la Seguridad Social de los Presupuestos Generales del Estado.
El retorno de los viejos rokeros
A
poco que se analice la composición social de ese núcleo población deja
de asombrar que se indignen y rebelen. Se trata de una generación
bipolar, con comportamientos dispares: mientras una parte se atrincheró
en el silencio y el miedo provocado por la dictadura, otra se
comprometió en la lucha antifranquista, hizo realidad la conquista de
las libertades y posibilitó el estado de bienestar, ahora amenazado.
Este colectivo es el que está protagonizando la lucha contra
el recorte de las pensiones.
Los
partidos políticos, los que gobiernan y el resto, habían olvidado que
dentro del núcleo de población menos politizado, el de mayor edad, se
encuentra el más combativo e ideologizado, el que lleva toda la vida
defendiendo causas propias y ajenas. Se equivocaron quienes impusieron
las reformas contando con el miedo y la sumisión de los pensionistas.
Tampoco aciertan los partidos que renuncian a la experiencia política y
la capacidad organizativa de tanta gente, centrando
su actividad en la juventud.
Entre el espontaneísmo y el organicismo
Las
formas organizativas y métodos de coordinación que adoptan las
movilizaciones de pensionistas son múltiples, dependiendo en particular
de la incidencia sindical. A diferencia de otros territorios, en el País
Vasco, sobre todo en Bizkaia, ni partidos ni sindicatos participan de
forma directa. Por exigencia de los propios pensionistas no se admiten
pancartas de ninguna organización. La coordinación se lleva a cabo
desde la base, mediante plataformas ciudadanas
o a través de asociaciones donde están los sindicatos, aunque sin hacer
ostentación de sus siglas. Las convocatorias generales parten de la
Coordinadora Estatal en Defensa del Sistema Público de Pensiones, ajena a
los sindicatos. En Euskadi, al tomar la iniciativa
los pensionistas, pese a la división sindical el apoyo a las
movilizaciones es unánime.
Los
sindicatos venían convocando movilizaciones en defensa de las pensiones,
sin alcanzar el auge actual hasta entrar en acción los métodos de
coordinación y de agitación propios de los movimientos sociales. En
fechas previas al 17M circulaba por la redes una extensa variedad de
carteles y viñetas llamando a la manifestación. Así que han confluido
los procedimientos de difusión tradicionales y los virtuales ajenos al
sistema. Y como ocurrió el 8M, los medios de comunicación
han ejercido de caja de resonancia. No ha sido necesario empapelar las
calles para movilizar a la ciudadanía.
Luchar por el respeto y la dignidad
La
clave de las movilizaciones es la determinación de rechazar el
incremento anual del 0,25%, planteando como alternativa revalorizar las
pensiones en base al IPC. Esa subida, equivalente a una limosna, ha
encendido
los ánimos de los pensionistas, licuando su sangre mejor que el
Sintrom. Las concentraciones semanales, el reencuentro con colegas de
pasadas militancias, ayudan a rejuvenecer. Mal augurio para el
maltusianismo que ciñe la problemática de las pensiones a
cuestiones demográficas; va a resultar que el activismo social alarga
la esperanza de vida.
Recortar
las pensiones o revalorizarlas son decisiones políticas. Los gobiernos
determinan cómo y cuándo distribuir la riqueza. Establecen prioridades
basadas en criterios más ideológicos que económicos. Rescatando
a la banca en vez de a la gente que se arruinó con las hipotecas basura
de la banca, se intensifican las desigualdades, aumenta la precariedad
y la exclusión social. Por eso, no queda más opción que cambiar de
política económica, o sea, de gobierno. Los pensionistas
han aprendido la lección, gritando cada día con mayor decisión: “Los
recortes de pensiones se pagarán en las elecciones”, “Ni un día más de
gobierno del PP”, “Rajoy dimisión”.
Ofensiva contra las pensiones públicas
Mariano
Rajoy comparece en el Congreso para recordar sus planes en materia de
pensiones. Confirma que no está dispuesto a revalorizarlas. Esa
obstinación contrasta con la decisión de incrementar los sueldos de los
funcionarios públicos el 1,75% en 2018, llegando al 8% hasta 2020. Es
un agravio comparativo que no pasa desapercibido entre los pensionistas.
Tratándose de una medida electoralista sorprende que Rajoy no utilice
el mismo método con los pensionistas. Todo
apunta a que los recortes de las pensiones públicas encajan en el
proyecto para sustituirlas con planes de pensiones privados.
Se
intenta convertir esos productos financieros en el negocio más prospero
de la banca. El País Vasco es pionero: las EPSV (entidades de previsión
social voluntaria) manejan el 34% del PIB, siendo el 10% a nivel
estatal. Ese modelo de pensiones privadas esté promovido por
instituciones controladas por el PNV (Gobierno Vasco, diputaciones,
ayuntamientos, Kutxabank), lo negocian en los convenios sindicatos que
cobran por su gestión, se financian con impuestos, tienen
bonificaciones fiscales y no tributan a la Seguridad Social. Es decir,
se compite de forma desleal con las pensiones públicas.
Resurgir de las movilizaciones ciudadanas
Las
concentraciones de pensionistas, manifestaciones del 22 de febrero,
movilizaciones feministas del 8M, manifestaciones del 17M, tienen una
trascendencia comparable al “No a la Guerra” del 2003. Constatada la
capacidad movilizadora de pensionistas y feministas, así como la
impotencia de los partidos de la oposición para enfrentarse de forma
conjunta a las regresivas medidas sociolaborales de la derecha, los
sectores más vulnerables y oprimidos de la sociedad toman
conciencia de su fuerza y reclaman sus derechos con firmeza. No es
casual que el movimiento de pensionistas haya apoyado públicamente las
acciones del 8M y que el feminista haga otro tanto el 17M.
Las
manifestaciones del 17 de marzo confirman la dinámica de cambio social.
Se trata de movilizaciones intergeneracionales transversales donde
diferentes mentalidades comparten motivaciones comunes. Tal es la
característica
fundamental del movimiento en defensa de las pensiones públicas,
conforme se constata analizando los índices de participación. El ejemplo
más significativo es el de Bilbao, donde una plataforma unitaria y
plural, sin protagonismo político ni sindical, logra
agrupar a 115.000 personas. El caso opuesto es Madrid, con dos
manifestaciones que compiten entre sí, pese a coincidir las consignas.
¿Y
ahora qué? En cualquier país de democracia consolidada el 17M provocaría
una crisis de gobierno. Aquí es diferente, habrá que esperar a la cita
con las urnas, salvo que el PNV considere que apuntalar la corrupción
ha dejado de ser rentable y Rajoy opte por huir hacia adelante. De
todos modos, los pensionistas volverán a concentrarse los lunes, al sol o
bajo la lluvia, preparando las condiciones para dejarse oír a las
puertas de La Moncloa. Será una jornada más de orgullo,
reclamando sobre todo respeto y dignidad. Eso significa pasar de la
indignación a la insurrección rechazando el 0,25%.
Si
los pensionistas persisten en su lucha y castigan al PP en las urnas, el
gobierno del cambio que no fue posible a través de la unidad de la
izquierda tal vez se haga realidad en base a un compromiso de
regeneración
democrática y de progreso social que incluya la derogación de medidas
que afectan a las condiciones de jubilación y estabilidad de las
pensiones públicas. Es más, dado el creciente peso de las pensiones en
el conjunto de la economía, convendría considerar
la revalorización de las pensiones y la economía de los cuidados como
factores de desarrollo sostenible. Es decir, un
keynesianismo basado en
la rentabilidad social, no en el gasto en infraestructuras. Pero esa es otra historia.
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