Saben lo que no deben hacer by Lluís Foix • 18/10/2017
La historia está llena de ejemplos de personajes públicos
 que sabían perfectamente lo que no debían hacer y, sin embargo, lo 
hacían para su propia perdición y para la perdición de sus pueblos. Los 
grandes conflictos del siglo pasado fueron errores de cálculo de sus 
máximos dirigentes. La Gran Guerra fue un 
conflicto inesperado por el gran público pero incubado meticulosamente 
desde hacía muchos meses en el alto Estado Mayor alemán.
Neville Chamberlain y Édouard Daladier acudieron a Munich en 1938 para apaciguar a Hitler
 y volvieron a Gran Bretaña y a Francia con la seguridad de que habían 
evitado una segunda guerra mundial con un pacto que autorizaba a Hitler a
 ocupar la tierra de los sudetes de Checoslovaquia.
Sabían que no se podían fiar de Hitler, pero no tuvieron el coraje de plantarle cara aquel septiembre de 1938. Churchill
 sentenció el futuro político de Chamberlain al cerrar su discurso en el
 Parlamento diciéndole que usted ha ido a Munich para salvar el honor y 
evitar la guerra y perderá el honor y tendrá la guerra. Así fue. 
Churchill fue abucheado en un Parlamento donde estaba en absoluta 
minoría y donde la paz se creía que se obtenía con discursos.
La historia de los conflictos, según la historiadora norteamericana Barbara Tuchman, la decidieron reyes o presidentes que eran conscientes de que iban directos al fracaso. Felipe II
 sabía que no podía sostener cinco guerras paralelas al igual que 
Johnson tenía la certeza de que la guerra de Vietnam sólo podía acabar 
en desastre. De Gaulle pronunció la célebre frase “Viva
 Argelia libre” en 1958 para después iniciar la retirada de la colonia 
dejando abandonados a cuantos creyeron en sus palabras. En sus memorias 
no está muy satisfecho de este brusco cambio de posición que justifica 
por la incapacidad de Francia para mantener una colonia que luchaba por 
su emancipación.
La gerontocracia que acampaba en el Kremlin en los años 
ochenta sabía que la invasión de Afganistán significaría una operación 
inasumible. Contribuyó decisivamente a acabar con el régimen y a la 
voladura de la Unión Soviética.
Vivimos hoy momentos de gran desconcierto en Catalunya y en España. Tanto Mariano Rajoy como Carles Puigdemont
 saben que el discurso y la política de confrontación no conducen a 
ninguna parte, que no puede haber vencedores ni vencidos, que la ley lo 
tiene difícil para juzgar sentimientos, que una independencia unilateral
 es una quimera porque no tendría el reconocimiento internacional. Los 
dos saben que tras la confrontación aparecerán los daños económicos, 
políticos, judiciales y mediáticos que se observarán después del choque.
Puigdemont sabe que está tiempo para evitar los costes de
 una operación que, incluso antes de producirse, está enviando la sede 
social de centenares de empresas fuera de Catalunya. Algunas de ellas 
son las más importantes del país. Las consecuencias de estas fugas 
empresariales puede que no sean inmediatas, pero no hay que ser un 
experto para deducir que significarán un empobrecimiento de Catalunya. 
Los líderes del independentismo saben también que la división entre 
catalanes es cada vez más preocupante y que el independentismo, hasta 
hoy por lo menos, no tiene una mayoría social suficiente. Y, sin 
embargo, siguen adelante con su hoja de ruta al margen de los daños 
colaterales que ha generado el proceso.
El Partido Popular de Mariano Rajoy no ha acertado en 
comprender la realidad catalana. Desde la recogida de firmas contra el 
Estatut del 2006 hasta el calculado quietismo de Rajoy pasando por las 
presiones para que el Tribunal Constitucional fallara a favor de 
recortar el Estatut que había pasado por todos los filtros legales 
establecidos en la Constitución, ha habido un desconocimiento de la 
realidad catalana.
El Estado ha puesto en marcha todos sus mecanismos 
políticos y judiciales para desactivar la declaración unilateral de 
independencia, asumida confusamente por el president Puigdemont. La 
aplicación estricta de la ley ha situado el problema en el ámbito 
internacional, donde los independentistas han trabajado con más eficacia
 y agilidad que los aparatos del Estado.
Rajoy y Puigdemont saben que si no ceden en sus 
posiciones vamos hacia el desastre y, aunque no sea lo más importante, 
el futuro de sus cargos será breve. La prisión incondicional para Jordi Sànchez y Jordi Cuixart
 es un error que complica todavía más la posibilidad de llegar a un 
pacto en las próximas horas. Rajoy y Puigdemont saben que vamos hacia la
 catástrofe y no quieren o no saben evitarlo. Los grandes estadistas 
conocen el valor de las cesiones en momentos excepcionales.
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