10.30.2017

El martirio de Ignacio Escolar (EL PULPITO LAICO)

El Parlament ha aprobado una declaración de independencia unilateral, irrealizable e irresponsable. Una DUI antidemocrática y nefasta que apenas respalda un tercio del pueblo catalán.
Lo ocurrido hoy en el Senado y el Parlament es un enorme fracaso colectivo, el de todos aquellos en Catalunya y España con poder y responsabilidad.
A mediados de septiembre, tras la aprobación de la ley del referéndum, tuve una conversación con un diputado independentista. A solas, sin micrófonos, le pregunté mi gran duda: “¿Pero de verdad pensáis que este octubre vais a tener la República de Catalunya?”. Me admitió que no, que sabían que eso no era posible. “Ahora no tendremos la independencia, pero lo que va a pasar estas semanas nos va a ayudar a acercarnos a la independencia en el futuro”, me explicó. “Esto terminará con presos políticos y, oye, tampoco es tan tremendo porque las cárceles españolas no están tan mal; que no son como las latinoamericanas”.
Esta conversación me impactó, no solo por la sinceridad con la que este dirigente independentista admitía la gran mentira: que estaban prometiendo a sus votantes algo que sabían que era irreal; que la independencia se podría declarar, pero que sería tan inútil como abolir la ley de la gravedad. También me sorprendió la naturalidad con la que este dirigente independentista hablaba de la cárcel, y no era en absoluto en tono de humor. Si alguien reflexiona sobre cómo de duras son las cárceles españoles es porque ha asumido que puede terminar en prisión.
Lo ocurrido hoy en el Senado y el Parlament es un enorme fracaso colectivo, el de todos aquellos en Catalunya y España con poder y responsabilidad: los políticos, los grandes empresarios, los medios de comunicación… Quienes crearon la primera gran brecha en la convivencia con el recurso contra el Estatut. Quienes azuzaron el discurso del odio en ambos frentes. Quienes se negaron a buscar salidas democráticas. Y por último en el tiempo, pero como primeros responsables de este viernes nefasto, quienes pensaron que “cuanto peor, mejor” y optaron por la vía de una declaración de independencia unilateral, irrealizable e irresponsable. Una DUI antidemocrática y nefasta que apenas respalda un tercio del pueblo catalán.
¿Se podría haber evitado esta declaración de independencia? Sin duda, sí. Lo podían haber evitado los independentistas y también  Mariano Rajoy. Lo que ocurrió este jueves deja claro que el presidente del Gobierno tuvo en su mano un acuerdo de rendición –eso era para Carles Puigdemont convocar elecciones autonómicas el 20 de diciembre– y en su lugar prefirió apostar por la victoria total y la humillación del independentismo. Es eso lo que han aplaudido hoy, durante minuto y medio, los senadores y diputados conservadores.
Entre las 12:00 y las 14:00 de la tarde del jueves, Mariano Rajoy dudó. Su primer plan fue aceptar la convocatoria electoral de Puigdemont y, a cambio, parar el 155. Hasta hace pocos días, esta era la solución que deseaba el propio Gobierno, pero el jueves el presidente descartó esta opción. Varias personas del Estado y del Gobierno le convencieron para que no aceptase esta rendición. Suyas serán también las consecuencias de esta terrible decisión.
El Gobierno de Rajoy se ve hoy vencedor por goleada en una crisis de Estado que, en el momento definitivo, este jueves, gestionó como si fuese un Madrid-Barça en una final. Aún les queda la parte más difícil: aplicar el resultado del marcador. Intervenir el autogobierno es una misión más compleja que convencer a la mayoría de los españoles de que esta es la mejor solución.
Fuera de Catalunya, el PP cuenta en este 155 con un apoyo social muy superior al de sus propios votantes. Eso es lo que ha arrastrado a PSOE y Ciudadanos, y es también lo que provoca que incluso Unidos Podemos, preocupado por las encuestas, esté modulando su discurso sobre el independentismo –basta con leer estas entrevistas a Alberto Garzón o a Ramón Espinar, o escuchar las declaraciones de Carolina Bescansa–. La patria española siempre parte el espinazo de la izquierda por la mitad.
Desde la Fiscalía, desde la Justicia, tampoco van a frenar. A pesar de que no ha estallado la violencia –ojalá no ocurra– y que esto es imprescindible para que exista un delito de rebelión, la querella probablemente va a prosperar. Dependerá de los jueces, pero esa maquinaria penal es aún más pesada y va arrollar a los dirigentes independentistas; no se detendrá en las consecuencias políticas. No lo hizo tampoco cuando ilegalizó a Batasuna y la lección que sacó el Estado del pulso de la ley de partidos es que esa mano dura funcionó.
Carles Puigdemont hace ya tiempo que ha asumido que es muy probable que termine en prisión –así lo transmite a su propio entorno–. También lo sabe el Govern, la mesa del Parlament y los diputados independentistas. Se ven camino de la historia, de los leones del Coliseo romano, de la celda de Nelson Mandela… Avanzan juntos hacia el martirio, convenciéndose los unos a los otros de que es mejor morir de pie. Acosan al que duda mientras se acerca el calvario, como hicieron con el propio Puigdemont durante las tres horas en las que planteó públicamente la convocatoria de elecciones y fue tachado de histórico traidor. Muestran su miedo, como hicieron en el último momento con la justificación del voto secreto para declarar la independencia.
Sus conversaciones con la familia, con los hijos, con los amigos... sobre ese destino de martirio y su aceptación probablemente son un drama shakesperiano que solo explica el comportamiento de la manada. Unos convencen a otros de que las cárceles españolas, en el fondo, no están tan mal. Peor sería volver a tu barrio y reconocer tu error.