Quienes
en el PP defendían que "hay vida fuera de la política" y que Rita
Barberá se debía retirar tenían toda la razón. La siguen teniendo hoy,
aunque ya no se atrevan a decirlo o, en un
ejercicio de cinismo, digan que antes se equivocaron por culpa de
otros. Morirte no te da la razón.
Los líderes del PP
creen hoy
que Rita Barberá era “inocente” y “honrada”, una “gran política y gran
persona”, una “gran española”, que había sido “linchada”, que había sido
“víctima de una cacería”, que había sido “acosada sin prueba alguna”…
Habría sido más creíble y coherente si todas
estas palabras en apoyo a la senadora Barberá las hubiesen dicho hace unos días,
antes de forzar su baja como militante, antes de mandarla al grupo
mixto del Senado, antes de repudiarla en las cortes valencianas y votar
una petición unánime con todos los demás partidos para que dejase su
escaño. Antes del infarto que se la llevó.
La
muerte no hace a nadie ni mejor ni peor. Lamento el fallecimiento
prematuro de Rita Barberá, como el de cualquier persona. Pero morir de
un infarto no te convierte en un mártir
ni te da la razón.
Entre todas las exageradas reacciones tras su muerte destacan dos. La primera, la del ministro de Justicia, Rafael Catalá:
“Cada
uno tendrá sobre su conciencia las barbaridades que ha dicho sobre Barberá sin prueba alguna".
¿Sin prueba alguna? ¿Acaso el ministro de Justicia cuestiona las
investigaciones de
la Guardia Civil, el Tribunal Supremo y la Fiscalía Anticorrupción?
Fueron ellos, no la prensa ni la oposición, quienes decidieron su
imputación. Porque había pruebas.
Aun más intolerable resulta
la acusación de Celia Villalobos
a los medios de comunicación: “La habéis condenado a muerte”. Según la
diputada, experta en autopsias, fue la prensa quien provocó su infarto.
Más
tarde ha matizado para señalar a otros dos verdugos más: los tuiteros y
los partidos políticos. “Rita estaba muy dolida y destrozada y con
razón, si yo lo estaba con el Candy Crush que era una tontería cómo no
lo iba a estar ella por lo de los 1.000 euros”.
“Lo
de los 1.000 euros” que dice Villalobos, experta también en tonterías,
explica en parte este sentimiento de culpa que ahora acosa al PP, y que
ha movido a muchos de sus dirigentes
del repudio a la beatificación. Comparado con las mil y una tramas
corruptas del PP de Valencia, “lo de los 1.000 euros” suena a absoluta
nimiedad. También parece poco si se mide con la caja B del partido
nacional: Bárcenas apuntó en sus papeles 2,22 millones
de euros en negro a lo largo de varios años y de aquella solo pringó el
apuntador.
Nunca
han sido 1.000 euros como tampoco fueron tres trajes: estaba acusada de
blanqueo por participar en el presunto pitufeo de 50.000 euros entre 50
pitufos, que no es igual.
Pero comparado con todo lo visto en ese partido, se decía Barberá, ¿por
qué era ella quien tenía que pagar?
El repaso de sus últimos días
es especialmente revelador. Más por las críticas de la prensa, los
tuiteros o los partidos en general, Barberá sufría por el abandono de
los suyos,
según ha contado el exministro José Manuel García Margalló.
Este
sentimiento de culpa tras el abandono ha llevado al PP a una curiosa
forma de penitencia, donde son las conciencias de otros quienes tienen
que pagar por lo que ellos hicieron.
Su razonamiento esconde varias falacias más. La primera, que una correlación no implica causalidad:
ni la autopsia más precisa podrá determinar si el infarto fue provocado
por la tensión a la que estaba sometida Barberá estos últimos meses o
por otros factores. Además, el blanqueo o la financiación ilegal son
siempre impresentables, sea mediana o grande
la cantidad. Y lo más importante: responsabilidad política no es
sinónimo de responsabilidad penal. Incluso si Baberá no hubiese sido
imputada con todo su equipo en la Operación Taula, no debería haber sido
nombrada senadora.
Por todo lo demás.
Hacía
mucho tiempo que Rita Barberá tenía que haber sido apartada de la
política por sus propios compañeros, por responsabilidad; por mucho que
fuese uno de los suyos y tuviese
el carné número tres del PP, tras Fraga y Aznar. Por sus despilfarros
con el dinero público:
sus gastos faraónicos en comilonas y hoteles de cinco estrellas con el
dinero de los demás. Por no ver absolutamente nada cuando todo su
partido en Valencia
hozaba en la corrupción.
Por su gestión arbitraria al frente del Ayuntamiento, tras lustros de poder
absoluto y tres décadas de coche oficial. O por
su relación con la trama Nóos
y el dinero que dilapidó en los eventos que facturaba Iñaki Urdangarin;
un juicio del que se libró por ser aforada, a diferencia de Jaume
Matas.
Quienes
en el PP defendían que "hay vida fuera de la política" y que Rita
Barberá se debía retirar tenían toda la razón. La siguen teniendo hoy,
aunque ya no se atrevan a decirlo
o, en un ejercicio de cinismo, digan que antes se equivocaron por culpa
de otros. Morirte no te da la razón.
Los
dirigentes del PP que ahora culpan a la prensa, a la justicia o a la
oposición de un “linchamiento” contra Barberá, ¿qué proponen
exactamente? ¿Que la oposición esté calladita
y no denuncie estos abusos en los medios y en los tribunales? ¿Que la
justicia no investigue cuando ve indicios razonables? ¿Que la prensa no
informe sobre los casos de corrupción? ¿O que olvidemos
todo lo que ellos mismos dijeron de Barberá antes de subirla hasta el altar?
La reacción del presidente del Gobierno ante la noticia es también esclarecedora. Hoy ya sabemos que
fue el propio Mariano Rajoy quien impulsó el homenaje del minuto de silencio
en el Congreso: algo
inusual ante la muerte por causa natural de otros senadores y que el PP quiso imponer a pesar de la falta de consenso con los diputados de Unidos Podemos y las confluencias.
Después, en los pasillos del Congreso, Mariano Rajoy contó algo que pocos días antes habría sido igualmente escandaloso: que
el presidente del Gobierno había hablado con una imputada por corrupción poco antes de
que fuese a declarar ante el Tribunal Supremo
(Rita, sé fuerte). Para Rajoy era más importante demostrar a los suyos
que no había abandonado a Barberá que admitir con sus hechos
que todo esto de la regeneración democrática en el fondo le da igual.
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