Los obispos catalanes, con la sola excepción de una mitra simpatizante de la independencia, no reclamaron a sus diocesanos, mediante convocatorias a la oración, para que Dios tomara parte en sus elecciones autonómicas. Sin embargo, el cardenal arzobispo de Valencia, tierra española sin peligro de desmembrarse, convocó a sus fieles a pedir a Dios que se implique en la unidad de España. No dejó de ser llamativo que fuera Antonio Cañizares la única voz episcopal en llamar a la oración ante un peligro por ahora inexistente: que España vaya a romperse. Pero como ya los españoles están muy acostumbrados a que en Valencia no sólo ocurran episodios de llamativa indecencia, con salidas de tono y postureos alarmantes, sino que además alcancen una proyección esperpéntica, el clamor de nuestro arzobispo puede que les haya parecido simplemente otra extravagancia más de las que se han prodigado en esta Comunidad.
Y como el temor del prelado a que España se rompa parecía vinculado al puro pleito catalán, en lugar de convocar a la oración en la catedral y en los colegios con un mes de misas bien hubiera podido organizar una peregrinación a esa cuna espiritual del catalanismo, el Monasterio de Monserrat, para suplicar a la Moreneta, tan madre de Dios como las otras vírgenes españolas, para que al menos ella no se vaya de España. A la Virgen de Montserrat sí le harían caso los secesionistas y semejante milagro sería bien celebrado. Hasta las vírgenes patronas del resto de España, incluida nuestra Mare de Deu, ejercen verdadero poder en sus dominios locales. Incluso la del Pilar, que sólo es patrona de Aragón y de la Guardia Civil, pero es tenida por patrona de España.
No hace falta, sin embargo, creer en Dios para no suponerlo involucrado en minucias, aunque si se cree en Dios, y se le respeta, tampoco parece lo más adecuado suplicarle que resuelva lo que más allá de la espiritualidad de cada cual a Dios debe traerle al pairo. Más que ocuparse de España y su unidad a lo largo de la historia han sido otros los que se han ocupado en su nombre de semejante empresa. Hasta Franco lo implicó en sus crímenes y le arrebató el palio, o se lo dieron los obispos, pero no para construir una España unida, sino para fomentar dos Españas, martirizando a una de ellas.
Ahora bien, por lo que Dios me tiene revelado, y que conste que soy radical partidario de que mi país mantenga su integridad, más bien está preocupado ahora por una España decente y no corrupta que por cualquier peligro de fronteras. Y para suplicar a Dios una España limpia, como debió hacer nada más llegar a Valencia, ya ha tenido tiempo Antonio Cañizares de convocar a sus fieles a un ruego: que nos libre Dios de los malhechores. O para pedir perdón al Altísimo porque entre tanto truhán se encontraran muchos asiduos relevantes de la misa diaria y consumidores piadosos de la carne de Cristo. Bien es verdad que desconozco qué es lo que le revela Dios cada mañana al arzobispo Cañizares o si es él el que indica al Ser Supremo la necesidad de que le siga en sus inquietudes políticas. Lo que está claro es que la Iglesia Universal no entiende de fronteras y el único territorio cuya independencia defiende es el Estado Vaticano.
Allí ejerció de mandamás Antonio Cañizares hasta que el papa Francisco optó por no tenerlo cerca y, tras despedirlo de su gobierno, decidió obsequiar a los católicos valencianos con la paternidad de este defensor de la España unida al frente de su archidiócesis. Ahora, que España sigue intacta, y Valencia por supuesto, tal vez gracias a la oración convocada por nuestro arzobispo, seguro que Jorge Bergoglio no rechazaría una invitación a visitarnos un 3 de julio. Debería hacerlo para reconocer el drama que se vivió aquí otro 3 de julio, coincidiendo con la visita de su antecesor, y cómo fueron tratadas las víctimas de aquella tragedia por el arzobispo entonces reinante.
Convendría además que Francisco supiera de la vinculación que tan desgraciado acontecimiento tuvo con algunos episodios de corrupción notable relacionados con aquella visita. La suya estaría exenta de pompas, por supuesto, con menos gastos sin duda, y serviría al menos para pedir perdón por lo que a la Iglesia tocara en algunos tejemanejes de aquel desaguisado, no precisamente espiritual. No vendría a buen seguro para invocar a la oración por la unidad de España, que España sigue siendo diversa pero ella, sino para actuar como lo hizo en Nápoles: condenando lo que ha pasado y pasa aquí con la misma rotundidad con que se cebó allí contra la corrupción y la Camorra.
No es difícil imaginar que entre Francisco y Antonio pueda haber diferencias notables por más que los dos nombres sean franciscanos, uno de Asís y otro de Padua. A Francisco le importa al parecer la gente „no deja de dar pruebas de ello„ y a Antonio es probable que le importe más el poder. Francisco anda preocupado por el mundo que tenemos, su deterioro y sus injusticias; Antonio es más local: le preocupa la finca.
En fin, no está de más que el cardenal llame a sus fieles a rezar por una España unida, pero mucho me temo que cuando lo hace piensa en unos, junto a él y en territorio celestial, y ve a otros en el fuego del infierno. No seré yo quien discuta su derecho a rezar por lo que quiera. Lo que me extraña es su alarde a la hora de mandar a rezar por el continente y no por el contenido. Porque si ve al continente a punto de la quiebra bien podría ver cómo hiede el contenido. A él le preocupa España y a España lo que le preocupa son los españoles. Lo sé porque me lo ha contado España: ella y yo nos hablamos cada día.
En fin, no está de más que el cardenal llame a sus fieles a rezar por una España unida, pero mucho me temo que cuando lo hace piensa en unos, junto a él y en territorio celestial, y ve a otros en el fuego del infierno. No seré yo quien discuta su derecho a rezar por lo que quiera. Lo que me extraña es su alarde a la hora de mandar a rezar por el continente y no por el contenido. Porque si ve al continente a punto de la quiebra bien podría ver cómo hiede el contenido. A él le preocupa España y a España lo que le preocupa son los españoles. Lo sé porque me lo ha contado España: ella y yo nos hablamos cada día.
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