5.06.2008

UN DEIXE UNS ARTICLES QUE TROBE INTERESSANTS


He estat llegint la premsa i m'he trobat amb aquests articles:


Guantánamo ROSA MONTERO

EL PAÍS - Última - 06-05-2008
A fines de mayo empezarán los juicios de los detenidos en Guantánamo. Son 280 hombres y llevan seis años encerrados allí de manera totalmente irregular, pero todos nos las hemos apañado para olvidarnos de ellos. No les favorece el hecho de ser unos detenidos antipáticos; presunciones de inocencia aparte, es probable que muchos sean feroces integristas y asesinos fanáticos. Pero están presos sin juicio y sin haber podido defenderse y, lo que es peor, 200 de ellos llevan todos estos años en celdas aisladas, sin luz natural, sin poder hablar con la familia y sin recibir visitas. Las condiciones y la soledad son tan brutales que se están volviendo locos, o eso dicen sus abogados defensores, que, por cierto, son abogados militares del Ejército de Estados Unidos. En resumen, nos estamos comiendo a los caníbales.
Hace unos días, el profesor Gustavo Pellón, un conocido hispanista de la Universidad de Virginia (EE UU), me contó que el término campo de concentración es un invento español. Viene de los campos de reconcentración que el mallorquín Valeriano Weyler, capitán general de Cuba, mandó habilitar en la isla en 1895 durante la sublevación independentista de Martí. La idea era internar a la población civil para evitar que ayudaran a los alzados, pero la intendencia fue catastrófica. El hambre y las enfermedades mataron a decenas de miles de personas, la mayoría mujeres y niños (hay fotos atroces que parecen de Auschwitz en http://www.historyofcuba.com/gallery/gal10.htm ).
Blasco enreda (a Camps) MANUEL PERIS

EL PAÍS - 06-05-2008
"Amigo Blasco, con la Iglesia hemos topado". ¿Quién lo iba a decir? Pero sí. El caballero Francisco Camps, gran príncipe de la cristiandad del siglo XXI y excelso presidente de la Comunidad Valenciana, la reserva espiritual de occidente, ha venido a chocar con la doctrina de la Iglesia en materia de emigración, merced al exceso de ingenio de Rafael Blasco, consejero de Inmigración y Ciudadanía. Blasco anunció la semana pasada que el Gobierno de Francisco Camps preparaba una ley para que los inmigrantes no comunitarios suscriban un documento por el que se comprometen a respetar "las leyes, los principios y las costumbres españolas y valencianas". La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, no se anduvo por las ramas en la réplica: "En España el cumplimiento de la ley no es negociable y por lo tanto no puede ser objeto de contrato". A partir de ahí se sucedieron las respuestas por parte de las asociaciones de inmigrantes, partidos de la oposición, sindicatos y gentes de bien. De momento, todo formaba parte de un guión previsto por el sempiterno conseller y sus aprendices de brujo. A un profesional del poder como Blasco, que ha recorrido todo el arco político desde la extrema izquierda a la derecha pura y dura y que ha ocupado casi todas las carteras, lo que menos le importaba en esta historia era la cuestión de la inmigración. El objetivo del escudero Blasco en este asunto ha sido colocar de nuevo al caballero Camps como adalid de la derecha en medio de la batalla interna que se libra en el PP. La letra de esta copla va de inmigrantes, como la de hace unas semanas iba del agua, pero la música es siempre la misma: mientras Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre se pelean, Francisco Camps es el quijote del PP que reivindica el programa de su partido frente a los malandrines de los socialistas y el rufián de Zapatero.
Pero, hete aquí (siempre hay un hete aquí en las andanzas de caballería) que el responsable de Migraciones de la Conferencia Episcopal y obispo de Sigüenza-Guadalajara, monseñor José Sánchez, salía el viernes a la palestra para criticar el contrato que impulsa Camps y asegurar que no cree que el "compromiso de integración" anunciado por la Generalitat esté pensado "principalmente" en el bien del inmigrante "sino en la garantía de nuestros derechos e intereses". Un pecado venial del que, sin duda, su cardenal arzobispo de cabecera, Agustín García-Gasco, le absolverá sin necesidad de que tenga que manifestar públicamente su arrepentimiento.
Si embargo, quien ni olvida ni perdona es Esperanza Aguirre, que aprovechó una entrevista en la SER para desmarcarse, diciendo lo mismo que Fernández de la Vega: "El compromiso que tienen que asumir los que viene de fuera es el mismo que los de aquí; cumplir las leyes". Y a la pregunta de si ve a Camps como un posible candidato a la presidencia del PP a largo plazo, Aguirre no solo dijo que sí, sino que añadió que "sería excelente". Respuesta que implica mucho: el congreso del PP se cierra en falso; Rajoy es un presidente de tránsito; ella y el destapado Camps son ¡ya! los candidatos a la sucesión.
Así las cosas es posible que el caballero Camps, tras este lance del que ha salido un tanto trasquilado, recuerde el consejo cervantino según el cual "las esperanzas dudosas han de hacer a los hombres atrevidos, pero no temerarios".

PALOS DE CIEGO
El microchip JAVIER CERCAS

EL PAIS SEMANAL - 04-05-2008
El año pasado se publicó en España un notable alegato contra la Iglesia católica; para que se hagan una idea, empieza así: “La puta, la gran puta, la grandísima puta, la santurrona, la simoniaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala”. Luego, apenas en el primer párrafo del libro, la Iglesia es acusada de detractora de la ciencia, de enemiga de la verdad, de adulteradora de la historia, de estafadora de viudas, de cazadora de herencias, de amordazar la palabra y aherrojar la libertad, de oscurantista, de embaucadora, de difamadora, de calumniadora, de represora, de corrupta, de hipócrita, de parásita, de zángana, de antisemita, de esclavista, de homofóbica, de misógina, de mentirosa, de traidora, de opresora, de pérfida, de falaz, de rapaz, de cretina, de estulta, de imbécil, de estúpida. No sigo. El libro es un improperio de 317 páginas, su autor es Fernando Vallejo, y su título, La puta de Babilonia; también es un crimen pasional: un homenaje a la Iglesia católica.
Hace unas semanas, la Iglesia lamentó la escasez de pecados mortales y anunció el lanzamiento de un nuevo paquete de ellos: según dictaminó el obispo Gianfranco Girotti, a partir de este momento también es pecado consumir drogas, acumular excesiva riqueza, dañar el medio ambiente, hacer experimentos genéticos dudosos, y ocasionar pobreza, injusticia y desigualdad social. Lo más llamativo de esta lista no es la naturaleza de los nuevos pecados, sino su vaguedad. ¿Qué clase de drogas no hay que consumir? ¿Las llamadas duras, las llamadas blandas?, ¿la cortisona, el somontano? ¿En qué consiste exactamente acumular excesiva riqueza? ¿Es pecado jugar a la Bonoloto, o sólo es pecado jugar a la Bonoloto si te toca y te forras? ¿Es pecado no reciclar la basura, instalar aire acondicionado? No sigo. Todo esto es muy serio; la Iglesia es la institución más seria que existe: creo que puede exigírsele algo más de precisión. Por lo demás, cabe sospechar que esa ambigüedad es deliberada: como ha señalado el propio obispo Girotti, la ampliación de la lista de pecados mortales (y, cabe suponer, su indefinición) está vinculada a la disminución del sentido de culpa y al desprestigio de la noción de pecado, lo que se ha traducido en la decadencia del sacramento de la confesión. Así pues, la operación del Vaticano está clara: se trata de aumentar el número de los pecados para aumentar el número de los pecadores y de esa forma aumentar el número de las confesiones. Es una operación razonable: salvo el de matar o el de dar la vida, no hay poder más demoledor que el poder de perdonar los pecados; la Iglesia lo ha detentado durante siglos: es insensato pensar que va a dejarlo escapar sin resistirse a ello con uñas y dientes. Lo ideal hubiese sido desde luego ampliar la lista de los pecados mortales hasta abarcar la totalidad de los actos posibles, incluido beber Pepsi-Cola y ser hincha del Hércules; la Iglesia, sin embargo, es sabia, y no ignora que de momento eso no es verosímil, y que sería contraproducente. Lo que no significa que renuncie a sus ideales. Nunca hay que renunciar a los ideales.
Todo esto es, lo repito, razonable. Ahora bien, es evidente que, al ampliar la lista de los pecados mortales, la Iglesia sólo ha tenido en cuenta a quienes nunca se sienten culpables o han perdido el sentido del pecado o del mal. Pero, ¿qué ocurre con quienes no los han perdido?, ¿qué ocurre con quienes ya se sentían culpables antes, y ahora se sentirán más culpables todavía, porque la Iglesia les ha dado todavía más motivos para sentirse culpables? No me refiero a los católicos practicantes –los católicos practicantes son unos privilegiados: ellos pueden confesarse y luego pueden volver a pecar con la conciencia tranquila–, me refiero a quienes no son católicos y han sido programados para ser católicos, y, en consecuencia, aunque no sean católicos, siguen siendo católicos: me refiero a muchos. Como cualquier persona que se haya pasado 15 años en un colegio católico, no soy católico; como cualquier persona que se haya pasado 15 años en un colegio católico, soy anticlerical; como cualquier persona que se haya pasado 15 años en un colegio católico, soy católico. No sé si me explico. Quien ha sido educado en el catolicismo es católico aunque reniegue del catolicismo, y además es culpable desde la cuna o desde antes de la cuna: en eso consiste el pecado original. El problema no es que no nos sintamos culpables de nada, sino que nos sentimos culpables de todo. De niños nos injertaron un microchip en el cuerpo y ya no hay manera de extirparlo: nos levantamos por la mañana, felices y extraños, y hasta que no encontramos un motivo para sentirnos culpables y el microchip se activa como una grapa en la garganta, no volvemos a sentirnos infelices; sólo entonces recuperamos la normalidad. Ese microchip es el instrumento más exquisito de tortura y dominación jamás inventado. Fueron ellos quienes lo injertaron, y es él quien nos está matando. No les hacemos caso, nos reímos de ellos, a veces los maldecimos, pero las maldiciones rebotan, la risa es una risa helada y todo lo que dicen se incorpora instantáneamente al microchip. Son fuertes. Carecen de compasión. Dan miedo. ¿Qué hacer? Hay quien escribe La puta de Babilonia. Pero no sirve de nada.