11.21.2008

Juan Costa... o COSTABOND


Del LEVANTE-EMV,diumenge 16 de novembre d'enguany...


Costabond

Alfons
Cervera

ALGUNA vez he visto su retrato
en los periódicos.
En la tele no lo he visto
nunca porque tengo desenchufado
Canal 9. Escucho lo que
dice en algún informativo radiofónico
y su voz huele a perfumada,
como si hubiera hecho
gárgaras con una colonia de
marca. Es voz de pijillo, de antiguo
y anacrónico estudiante de
Preu, de aquellos que salían en
las películas protagonizadas por
jóvenes ricos del franquismo. En
aquellas películas siempre salía
un chico pobre, encorvado por
el peso de la exclusión, para que
pudiera resaltarse con tintes de
obscena compasión el perfil paternalista
de aquel oprobio que
fue la dictadura. El jovencito Ricardo
Costa nunca sería el chico
pobre de la película. No sabría.
Lo suyo es más de pose tiesa,
estirada, como si llevara una
barra de hierro en la espalda o
uno de esos collarines invisibles
que se usan para enderezar las
cervicales. Me llama la atención
en ese chico que no tenga ningún
sentido del pudor, ni problema
alguno para resultar cursi. No se
da cuenta de que la política es
algo más serio que saltar a la arena
del servicio público como
quien, llegado el verano, se disfraza
de marinero y se pega unos
voltios por la farra pecadora de
la noche mediterránea. Para él la
política es como un guateque de
adolescentes en que los chicos y
las chicas se cogen de la mano y
dan saltitos como aquellos de la
yenka más viejos que la tos. Porque
en realidad se trata de personajes
antiguos, reciclado su
atavismo en una falsa encarnadura
de jóvenes emprendedores,
como cuando a un muerto le
pone el doctor Frankenstein el
cerebro de otro muerto y lo devuelve
a la vida lleno de sentimientos
contradictorios. Pero en
toda esa armadura moral que lo
caracteriza como ejemplar clónico
de la clase a la que pertenece
hay algo fantástico: el muchacho,
de vez en cuando, añade
a su gamberra verborrea contra
la izquierda y sobre todo contra
los socialistas un puntito de
ironía que lo encumbra a las cimas
más esplendorosas del delirio.
La ironía. Nada menos. Pues
no es difícil eso. Si no eres un
crack en el dominio de la retórica
te conviertes cuando haces
uso del lenguaje de doble filo en
un perfecto idiota. El otro día le
preguntaban por su jefe Carlos
Fabra, por los mil delitos que se
le imputan, por los motivos de
que no dimita o por los que tiene
el PP para no apartarlo del
partido. Y el joven portento dijo
que Fabra tenía patente de corso
para no pasar por los mismos
filtros éticos de los demás militantes.
Lo que no dijo el jovenzuelo
es que seguramente, y visto
lo visto en los cinco largos
años que dura el proceso a su admirado
maestro, también la justicia
está mirando a Carlos Fabra
con un filtro ético distinto a
como mira a otros que con menos
motivos —al menos aparentemente—
entran en la cárcel
con la rapidez del rayo. Y echando
mano de la ironía imposible,
añadió que se iba a ver la nueva
película de James Bond y después
ya se ocuparía de esa minucia
que son las acusaciones a
un personaje que, no lo dice él
pero yo sí, es uno de los que más
acusaciones delictivas acumula
de la política mundial. A lo mejor
el que más. Se iba, pues, el
niño perfumado a disfrutar del
jolgorio que a bombo y platillo
y con nuestros dineros se había
montado su partido con el estreno
del filme. Igual el chico
Bond puede ser la nueva imagen
de marca del joven Costa. Aunque
siempre será un chico Bond
de celofán. Porque qué quieren
que les diga: no me lo imagino
seduciendo, con la mirada cínica
de Sean Connery, a la espía
bellísima en las lujuriosas madrugadas
del despendole. Me lo
imagino con otro cinismo, sí,
aquél fielmente heredado de
Acebes y Zaplana. Pero no seduciendo
a la espía bellísima en
plan duro a lo Bogart, sino dando
saltitos tontorrones con ella
y sus colegas de guateque al ritmo
de la yenka. Ahí sí que me
imagino al joven Costabond.
Ahí sí.