12.06.2013

El chico raro, Santiago Roncagliolo (EPS)


En mi adolescencia había tres tipos de rockeros: los metaleros, que eran casi todos. Los punks, que eran menos y estaban de peor humor. Y luego estaban los raros. Esos escuchaban The Smiths.
Los fans de Smiths llevaban el pelo engominado, pegaban afiches con un torso masculino desnudo y subían al escenario a abrazar al cantante, Morrissey, que les arrojaba flores en agradecimiento. Sus canciones favoritas decían Anoche soñé que alguien me amaba, o Y si la gente nos mira, que nos mire, no me importa. Smiths era tan romántico que solo podía ser gay. Su única canción sobre chicas se titulaba ‘Algunas chicas son más grandes que otras’. Todo un canto de pasión por las mujeres.
Y sin embargo, Morrissey siempre mantuvo la ambigüedad sobre sus preferencias sexuales. Proclamó que era virgen. Y mantuvo una vida muy privada. Ahora, el cantante publica sus memorias (Autobiography, Penguin Classics), y la prensa más morbosa ha corrido a buscar una confesión, una confirmación, una verificación: “¿es o no es?”.
La mala noticia es que aún no lo sabemos.
En el libro, Morrissey detalla una relación de afecto: un compañero que se muda con él por dos años y con el que se toca. Pero se niega a asumir estereotipos. Se queja:
-La masculinidad está llena de millones de reglas aburridas sobre lo que no se puede, no se debe y no se hace. La amistad masculina está sepultada bajo un pantano de leyes sobre lo que no se toca.
Y si le piden definirse de una vez, responde:
-Soy humasexual. Me gustan algunos seres humanos, pero no muchos, por supuesto.
Tiene sentido. La mayoría de sus fans probablemente dirían lo mismo. Ni Smiths ni Morrissey en solitario hacen canciones solo para gays. Él canta sobre sentirse diferente. Y eso nos ha pasado a todos.
Lo que sí dejan claro sus memorias es que Morrissey es insoportable. Culpa a todos los demás de sus problemas, y recuerda cada afrenta, pelea o malentendido. Cree que la prensa inglesa lo odia y lo difama. Que las discográficas conspiran para sabotear su carrera. Y que el baterista de Smiths, quien le ganó una querella por derechos de autor, es un analfabeto pesetero y malagradecido.
El veneno de Morrissey no conoce límite. Acusa al cantante de REM, Michael Stipe, de no lavarse los dientes. A Sarah Ferguson la llama la Duquesa de Nada. Del futbolista Eric Cantona, que lo admiraba, declara que “me cae bien cuando está callado”.
En persona no es mejor. Se niega a sentarse en una mesa en la que alguien esté comiendo carne, o como lo llama él, “alimentándose de la sangre de mamíferos vivientes”.
Incluso la publicación de Autobiography fue una muestra de temperamento. Morrissey amenazó a la editorial con rescindir su contrato si el libro no aparecía en Penguin Classics, la colección reservada a Oscar Wilde, Homero y las figuras históricas de la literatura universal. Es el único autor vivo del catálogo.
No sorprende que David Bowie le dijese:
-Vivir contigo debe ser el INFIERNO.
Y que Morrissey respondiese:
-Lo es.
Para Morrissey, cada éxito se debe a su talento, y cada fracaso, a la conspiración universal en su contra. No olvida que agotó las entradas para un concierto en el Hollywod Bowl “más rápido que Los Beatles”. Pero tampoco que Keane vendió más que él una vez porque su disco había salido un día antes. Recuerda con precisión la posición de sus discos en cada ránking y las cifras de ventas. Y al final del libro, concluye sin ruborizarse:
-Todo lo que he tenido en la vida lo he conseguido yo solo.
No es de extrañar que cante tanto sobre la falta de amor.
El Morrissey de Autobiography es egoísta, caprichoso y megalómano. Y sin embargo, ¿quién quiere que sea humilde? ¿Alguien esperaba que el autor de ‘El mundo nunca escuchará’ se considerase un ciudadano común y corriente? ¿Y qué canciones escribiría si así fuera?
Con Smiths y en solitario, Morrissey ha sido el poeta de los sensibles, los raros, los no populares. Tiene todo el derecho a sentirse especial. Porque “especial” es solo otra palabra para “diferente”.