9.29.2013

NUEVO CURSO, ELVIRA LINDO (EL PAÍS, 25/09/2013)

Hace como 20 años, cuando publicabas un artículo referido a la educación, te escribían los maestros preguntándote con curiosidad cuál era el motivo de tu interés por la escuela. Pocas eran las columnas que se dedicaban al asunto, de ahí la extrañeza de los docentes, acostumbrados a despertar poco interés. Aun así, los problemas que hoy asfixian a los maestros ya se apuntaban entonces, aunque no a todo el sector educativo le parecía bien que se ejerciera una mirada crítica sobre el sistema, porque había defensores de las distintas reformas educativas que apelaban a la universalización de la enseñanza en nuestro país para justificar cualquier disparate pedagógico. Pero los que visitábamos los centros para realizar encuentros literarios podíamos observar cómo aumentaba la frustración del profesorado, al que poco a poco se le fue cargando sobre los hombros necesidades sociales de un alumnado cada vez más complicado.

Los recortes han agudizado las carencias hasta hacer a veces insoportable la profesión para algunos docentes, pero nuestros maestros y profesores reivindicaban ayuda práctica y apoyo moral desde hace mucho tiempo. Por esa falta de rigor en el debate y una excesiva politización, que unas veces impone la derecha y otras impuso la izquierda, lo que ayer fue preocupante hoy se ha convertido en dramático.
Si un profesor era ya, desde hace años, alguien que tenía que ejercer labores de asistencia social, lidiar con problemas disciplinarios, o que echaba en falta profesores de apoyo que facilitaran la integración de niños inmigrantes o con otro tipo de problemas, ahora padece lo mismo pero multiplicado por más alumnos y menos docentes. Los profesores se han hecho visibles por los recortes económicos, y bien está que así sea, pero llevan muchos años clamando al cielo. Pienso en ellos, ahora que empieza el curso.