4.11.2015

APRENDER, de Camilo José Cela Conde (LEVANTE-EMV)

Los jesuitas se han propuesto cambiar un modelo educativo que tiene cerca de diez siglos: el que se basa en la transmisión de los conocimientos por medio de la memoria. La letra con la sangre entra, nos decían en el colegio cuando éramos niños, y esa metáfora ponía de manifiesto que a fuerza de castigos uno podía aprenderse cualquier cosa, desde la lista de los reyes godos a los verbos irregulares franceses y la tabla periódica de los elementos. Otra cosa es la utilidad que pudiese tener semejante enseñanza, denostada a lo largo de las últimas décadas pero sin alternativa fiable de momento. Las distintas reformas educativas que se han emprendido en España, basadas en gran medida en esa postura roussoniana que sataniza la memorización y habla del desarrollo armónico, han llevado a que estemos en el furgón de cola de cuanto informe PISA se publica. Y no es para menos. Creer que se puede aprender algo sin esfuerzo supone una memez peligrosa, sin más. Con el añadido de que someterse a una disciplina tiene ventajas a menudo insospechadas. Desconfíe de quien pregunta para qué sirve aprender latín.
Siendo así, la Compañía de Jesús que no se caracteriza por su pecar de débil ha puesto en marcha un programa destinado a darle la vuelta del revés a las escuelas. De entrada, lo que dice el llamado proyecto Horizonte 2020 suena a tópico manido: flexibilidad, aprendizaje autónomo, trabajo colectivo? Lo contrario de las clases sometidas a un rosario de asignaturas con su horario fijo. ¿Dónde llegará ese horizonte? Como sucede con cualquier experimento educativo, sus resultados tardan una generación en conocerse y, cosa aún peor, no tienen marcha atrás. Es ésa la amenaza que acecha en cualquier revolución que se quiera imponer en las aulas; si sale mal, se sacrifica a todo el alumnado. Pero algo habrá que hacer para salirnos del círculo vicioso en el que todo lo que llegamos a discutir es si hay que poner más horas a las matemáticas quitándoselas a las lenguas.
Es probable que el horizonte 2020 de los jesuitas sea en realidad la vuelta a los orígenes, a lo que suponía el aprender algo cuando aún no existían ni las universidades, ni los planes de estudios, ni el trivium y el quadrivium siquiera. Al fin y al cabo el trabajo colectivo, la iniciativa personal y la flexibilidad de los objetivos y los medios son las claves de cualquier problema que haya que resolver al margen de la enseñanza institucionalizada. Lo que mejor sabemos hacer, hablar nuestra lengua materna, no nos lo enseña ningún currículum oficial. Pero los riesgos, ya digo, son muchos. Por si las moscas, yo seguiría exigiendo que se lea a Cicerón y a Virgilio, que se aprendan de memoria las tablas de multiplicación y que se exija una ortografía correcta. A partir de ahí puede abrirse el camino de la flexibilidad y el ánimo colectivo y ya veremos hasta dónde alcanza. Porque, por definición, al horizonte no se llega jamás.