4.13.2013

Disparadero español. Tres maneras de decir lo mismo (Andrés Trapiello, La Vanguardia)


Hablamos una lengua que nos permite matices sutiles. La persona habituada a ellos los percibirá de inmediato. En la frase “hemos llegado hasta aquí” advertirá el grado de esperanza que hay tanto como el recuerdo al camino, seguramente no fácil, que hubimos de recorrer hasta encontrarnos en este punto, algo parecido a esto:¿“Ciertamente lo hemos pasado mal, hemos trabajado, sufrido, peleado, pero nada ni nadie ha conseguido detenernos ni acabar con nosotros, y aquí estamos, aquí seguiremos y, si hemos llegado hasta aquí, nadie tampoco va a detenernos ahora, seguiremos trabajando, peleando, sufriendo, porque la meta que nos hemos señalado merece la pena y todos los esfuerzos, trabajos y penalidades”. Es por tanto una frase esperanzadora, todo lo contrario de esta: “Hasta aquí hemos llegado”. Son las mismas palabras en otro orden, pero qué distinto lo que significan.


Es lo que dijo una gran cantidad de españoles en torno al 15-M, hartos de muchos males que aquejaban a este país y que parecían arrastrarse de muy lejos. ¿Será necesario hacer la lista? Banqueros que se llevaron, primero, los ahorros de millones de gentes modestas y a continuación volatilizaron los fondos no menos millonarios con los que el Estado quiso socorrerlos; políticos corruptos en todas las bandas, ancha y estrecha, analógicos y digitales; empresarios defraudadores a cuatro manos, como músicos virtuosos; ladrones por todas partes que recuerdan el título de aquella tragedia de Rojas Zorrilla (Del rey abajo, ninguno), sólo que al revés; curas y obispos, ruidosos y escandaleros en cuestiones que no atañen sino a la conciencia de cada cual, callados ahora ante la corrupción y el latrocinio de aquellos que más los favorecen, callados, digo, como... Yo mismo he estado a punto ahora de dejarme llevar por la indignación, y emplear la mala palabra, a tal extremo nos lleva el ver cómo se ha abusado de nuestra buena fe, de nuestro trabajo, de nuestra inmejorable disposición para apencar con males que otros han provocado, no nosotros, haciendo sacrificios colosales (reducción de salarios, paro, recortes en sanidad o enseñanza, empobrecimiento general de la población) que no parecen estar dando el menor resultado, pese a las reiteradas palinodias de nuestros gobernantes. Extenuante. De modo que si en “hemos llegado hasta aquí” alienta aún la esperanza, alegre por definición, en “hasta aquí hemos llegado” nos abruma la desesperación, siempre tenebrosa: nadie sabe adónde puede llegar una multitud desesperada. Y así estamos, viviendo todos entre una y otra frase, entre la esperanza y la desesperación continuas. Pero cuando creíamos que nos habituaríamos a este estado de cosas, el lenguaje quiere llevarnos un poco más lejos, y sin cambiar apenas una palabra, formula nuestro estado de ánimo de modo más radical y terminante.



Ese es el punto en el que la gente puede llegar a decir: puesto que “hemos llegado hasta aquí” y nadie se dio por aludido cuando dijimos “hasta aquí hemos llegado”, se acabó todo, basta de comprensión y paños calientes, basta de este degüello: “Hasta ahí podíamos llegar”. Es el peligroso punto que Bergamín tituló con tanta maestría como irresponsabilidad: Disparadero español.