3.03.2009

DOS ARTICLES


¡Presentes!


JULIO SEOANE
EL PAÍS - 02-03-2009
Aunque todos lo sabíamos, nunca deja de sorprendernos. Cuando las crisis económicas aprietan, vuelve el paso de la oca. Vuelve la distinción entre libertad y libertinaje. Las frustraciones se desahogan controlando, espiando, mandando. Y ahora les toca fichar a los profesores universitarios, justificar su asistencia y puntualidad. El problema que se discute no es el hecho en sí, sino el procedimiento a seguir, la firma, el reloj o la tarjeta. Puestos a decir tonterías, deberíamos hacer realmente lo que nos dicta el recuerdo, formar en el patio a primera hora de la mañana, en fila india y por orden de antigüedad, que nos toquen un himno, el que sea, eso es lo de menos, pero que nos toquen algo, y gritar "¡presente!" en el pase de listas. No hay ninguna duda, las reminiscencias histéricas forman parte de la patología autoritaria.

Seamos sinceros, aunque sólo sea por una vez. Hay profesores universitarios de todo tipo, como en cualquier profesión, pero en términos generales es una persona que hizo seis años de bachillerato, se llamara así o de cualquier otra manera, luego una selección para entrar en la Universidad, cinco o seis años más de estudios, una tesis de licenciatura, un doctorado, después todo tipo de acreditaciones, habilitaciones, oposiciones y concursos. Cuando ya desempeñan su puesto, los que sobreviven, pasan por valoraciones oficiales por parte de sus alumnos, cada cinco años evalúan sus méritos docentes, cada seis su investigación. Además existen multitud de agencias institucionales, demasiadas y sospechosamente parecidas, que se dedican exclusivamente a valorar, asesorar y certificar lo que hacen los profesores, los departamentos, las universidades. Y al final de todo esto, resulta que el problema radica en firmar para justificar la asistencia. Algo huele mal en este asunto y no precisamente en Dinamarca, sino aquí y ahora.
Según parece, el problema surge por una resolución judicial que obliga a cumplir una norma aprobada por la Universidad en 1994. Pues claro, las normas están para cumplirlas, pero existen en las épocas que se consideran convenientes y adecuadas, y se cambian cuando dejan de serlo como ocurrió con la esclavitud, el voto de la mujer o el bedel limpiando la pizarra. Pero todos sabemos que esto es una disculpa, es la época la que nos marca, la necesidad de controlar al otro cuando las cosas se nos vuelven incontrolables a nosotros mismos. Orden, orden, orden, que esto se nos va de las manos. Entonces surge la perversión de explicar en inglés, en chino mandarín, de fichar, de tocar un himno o de poner uniformes en el colegio. El resultado siempre es malo para todos, lo hemos visto hace poco, pero no aprendemos.
Cuando se sospecha que unos profesionales con tantos años de aprendizaje, estudio y acreditación no cumplen con sus obligaciones, solo hay dos posibilidades. O no es cierto en términos generales, lo más probable, y entonces la medida es inútil, o el problema no radica en los individuos sino en la institución que está perdiendo vitalidad y confianza en el futuro. En este caso, la solución no está en controlar a las personas sino en transformar la institución. ¿No pretendía eso el Plan Bolonia o, al final, la "hoja de ruta" estaba destinada a fichar las clases magistrales o lo que queda de ellas?
¡Presentes! será un grito patético que quizá terminemos aceptando todos, pero deberíamos ser conscientes de que, en el mismo momento de hacerlo, estamos firmando un certificado de defunción y no precisamente el nuestro.
Maniobras de distracción


JOSÉ RAMÓN GINER
EL PAÍS - 02-03-2009
La encuesta que el Partido Popular dio a conocer el sábado pasado carecía de cualquier suspense. Es lo peor que le puede ocurrir a una encuesta, pues le resta todo atractivo y la hace poco interesante para el público. Los resultados respondían de punta a cabo a lo que esperábamos de ella y se había anunciado con antelación. Confeccionada a la medida del Partido Popular, la figura de Francisco Camps se agigantaba, mientras la de Alarte aparecía encogida, en un rincón. Sinceramente, ¿podría haber sido de otro modo? Estoy convencido de que el sondeo se realizó con la máxima corrección, pero carecía de verosimilitud. Costa tiende a sobreactuar, y no advierte que los trabajos de esta clase pueden muy bien no ser verdaderos, pero deben resultar verosímiles. Como este no lo parecía en modo alguno, los periódicos más solventes no le concedieron crédito.

Bastante más interesante que comentar los resultados es preguntarse por el fin que perseguía la encuesta. Se ha dicho que el objetivo era afirmar la imagen de Francisco Camps ante los valencianos, en unos momentos de dificultad para el gobernante. Sin descartar por completo la idea, me inclino a pensar que la consulta buscaba también reforzar los ánimos del propio Partido Popular. Hay momentos en que quien gobierna necesita convencerse y convencernos de que el ciudadano refrenda su conducta. Los dictadores se han inclinado tradicionalmente por el plebiscito, de efecto asegurado con sus amplias mayorías; en democracia, suele preferirse, sin embargo, la encuesta.
Al margen de la publicación del sondeo, la semana ha sido pródiga en distintas maniobras de distracción. Si comenzó Francisco Camps insistiendo en el tema del agua -filón inagotable-, el martes era el consejero Flores quien presentaba un plan para hermosear la entrada sur de Alicante. Como el consejero no consideró necesario hablar con el ministerio de Obras Públicas, ni puso un euro sobre la mesa, el plan tuvo una vida efímera; a estas alturas, hay que darlo por amortizado. Lo mismo cabe decir de la propuesta de Font de Mora para impartir chino mandarín. Este hombre se ha perdido el respeto a sí mismo. El escepticismo con que fue acogida la idea, indica el escaso interés que despiertan las ocurrencias del consejero de Educación. El problema de fondo de estas acciones es su falta de fundamento; esto hace que el público se ría de ellas. Algunos ven en esto un indicio de que el gabinete de crisis habría agotado su imaginación. ¡Con el espectáculo que está dando el alcalde de Elche!
Al margen de lo que en su día digan -o dejen de decir- los jueces, la situación ha servido para mostrar las entretelas del sistema de gobierno de Francisco Camps. Muchos ciudadanos han descubierto ahora la realidad de unas cuentas que los discursos oficiales habían logrado ocultar. El desglose de los gastos de la Volvo -al día de hoy, todavía no los conocemos en su integridad- es la radiografía más completa que hemos visto de una determinada manera de gobernar. Las cartas de los lectores que estos días publican los periódicos indican que la sorpresa ha sido mayúscula para algunos de ellos. Estas personas habían creído de buena fe todo cuanto el Gobierno les decía. La tarea de los políticos es infundir confianza en los ciudadanos, máxime en unos momentos como los actuales. El problema que tenemos los valencianos es que Francisco Camps no está en condiciones de infundir confianza; al contrario, es él quien solicita la nuestra.