3.29.2015

Ute Lemper y la OTI 28.03.2015, d'ANDRÉS PAU (LEVANTE-EMV)

Hace muchos años „recuerdo que Rita Barberá ya era alcaldesa de Valencia aunque Eduardo Zaplana todavía no era president de la Generalitat„ Ute Lemper actuó en el Teatro Principal. Estaba lleno. Había expectación. El espectáculo empezó realmente bien: Ute Lemper llenaba el escenario con su cuerpo y su voz hasta que? Las primeras filas del patio de butacas se vinieron abajo con una simultaneidad que parecía ensayada. Estrépito entre los que se vieron sentados en el suelo, silencio en el escenario. La artista miraba y no entendía nada. Afortunadamente, no hubo heridos. Cuando se reubicó a los damnificados, una voz metálica procedente de un micrófono, con una ironía preñada de suficiencia, culpó del incidente al Festival de la OTI que se había celebrado allí mismo pocos días antes.
Risas entre el respetable, miradas cómplices y un complejo de superioridad moral y estética que entonces resultaba de lo más à la page. Por supuesto, todos pensábamos que no había „y ciertamente no lo había„ color entre Ute Lemper y Francisco, perpetuo triunfador del festival. Pero también „y ahí empecé a intuir una situación inquietante„ se consideraba entre los asistentes que los seguidores de Francisco eran poca cosa al lado de los ilustrados y sensibles y melómanos amantes de la cantante alemana y sus interpretaciones de Weill y Brecht.
A qué negarlo. Weill y Brecht, y también Ute Lemper, quedaban muy lejos de Francisco y su Valencia que tantos vellos erizaba. A pocos se les pudo ocurrir que los seguidores de Francisco también votaban, y que su voto tenía el mismo valor que el de los „¿por qué no decirlo?„ arrogantes y burlones melómanos que les menospreciaban. El resultado es de todos sabido: 24 años de Barberá en el Ayuntamiento y 20 de PP en la Generalitat Valenciana. Eso sí, derrota tras derrota, la superioridad moral de los que llenaban el Teatro Principal permanecía intacta. Algo así como: «Ellos ganan, pero nosotros somos mejores».
El sufragio universal hizo el resto: la población valenciana se sintió ninguneada por esa clase que no supo acercarse a ella porque estaba aquejada de una soberbia intolerable y votó a quienes les prestaban atención y les manipulaban con una habilidad que la intelligentzia nunca supo ni quiso ejecutar. Ha sido una generación entera de valencianos la que ha olvidado a quienes tenían propuestas, ideas, programas viables e interesantes, pero que jamás se preocuparon de hacerlos llegar a la población, esos cientos de miles de personas que no votaban y no votan por resentimiento y rencor a quienes les dieron la espalda.
La respuesta, de tan compleja, sencilla, debería hacernos reflexionar y, de una vez por todas, comprender que la maravillosa conquista del sufragio universal supone algo más que mirar por encima del hombro a la gente de la calle, cuyo rencor „y Valencia es una ciudad extremadamente rencorosa„ perdura. Ha pasado una generación, han ocurrido hechos terribles conocidos por todos, pero que nadie se llame a engaño: o los hombres y mujeres que están sobradamente capacitados para gobernar mejor que quienes ostentan el poder bajan de su torre de marfil y se guardan los chistecitos y chascarrillos para sus cenas íntimas, o no sería ninguna locura pensar que los votantes valencianos „a pesar de todos los pesares, los intolerables pesares„ vuelvan a recurrir a esos políticos „mediocres por lo general, pero campechanos y próximos„ para que les (nos) gobiernen durante cuatro años más.
Y eso supondría una tragedia de dimensiones cósmicas. A estas alturas de la corrida, la superioridad moral se ha demostrado inútil y vacua, incapaz de llegar al votante medio. La oposición al populismo debe tratar por todos los medios de hacer llegar sus propuestas a los votantes. Eso sí, sin ese aire docto y arrogante de quien se sabe mejor „aunque aquí también habría mucho que discutir„ y bajar un par de docenas de peldaños para convencer a los electores de que también ellos saben tratar de igual a igual a esos conciudadanos que merecen algo mejor, mucho mejor. Una generación perdida entre endeudamientos y parafernalias inútiles pero vistosas, es demasiado para una sociedad que debería recuperar la dignidad y la autoestima.