3.30.2014

Seiscientas cincuenta y ocho, Martín Pacheco (LEVANTE-EMV, 29/03/2014)


Supongamos que en los últimos diez años 658 militares hubieran muerto a manos de sus enemigos; o que 658 policías lo hubieran hecho abatidos por delincuentes; o que 658 servidores del Estado hubieran fallecido bajo las bombas del terrorismo; o que 658 profesores se pudrieran en sus tumbas por la violencia de los alumnos o 658 alumnos por el maltrato de los profesores. Supongamos que 658 sacerdotes criaran malvas por el despecho rencoroso de las monjas enfurecidas o por la fidelidad malsana de una turba de feligreses exaltados. Supongamos, y ya para terminar, que en los últimos diez años 658 políticos de toda condición hubieran caído apalizados por anónimos ciudadanos descontentos. Si esas hipótesis se hubieran confirmado el pacto social se hubiera resentido y los miembros más activos de la sociedad política hubieran movilizado todas las fuerzas de la sociedad civil: se trataría de una situación insostenible, por mucho que a los militares les mueva el heroísmo, a los profesores la vocación, a los sacerdotes el martirio o a los políticos el servicio público. Sin embargo, en los últimos 10 años, 658 mujeres han sido asesinadas por sus parejas y no lo han hecho ni por heroísmo, ni por vocación, ni por martirio, ni por sacrificio o altruísmo. No, lo han hecho por el «amor» de sus asesinos. Y, sin embargo, aquí no pasa nada de importancia ni nada fundamental se cuestiona. Silencio: estamos batiendo récords. 
Esta situación es «escandalosa». Así como en el remedio de otras formas de violencia se ha producido algún acuerdo y algún progreso (piensen en el terrorismo político), el terrorismo ejercido por algunos hombres sobre las mujeres en el seno de las sociedades patriarcales (todas lo son) goza de una salud insoportable. Se trata de un terrorismo miserable que se ejerce en el espacio del amor y de la intimidad: sucede en el hogar, en el dormitorio y en la cama; en el cobijo de la casa, al amparo de lo privado donde reinan los afectos y la seguridad. Sí: el cubil donde reposa el guerrero es un infierno. Sí: ser mujer es una «actividad» de alto riesgo. 
En este contexto (17 mujeres asesinadas en el último par de meses) es absolutamente insoportable que algunas torrefactas hablen de feminismo rancio; que algunos ferraros defiendan una vuelta a la «auténtica mujer»; que algunos arzobispos bendigan a las mujeres sumisas; que algunos ministros diluyan la educación en la igualdad en las aguas revueltas de la transversalidad o que algunas y algunos estúpidos hablaran, cuando lo hubo, del Ministerio de la Igual Da.