9.21.2017

Ese olor a corrupción que no se va de Anón Losada (EL PULPITO LAICO)

Cuesta trabajo decidir qué puede dañar más a una democracia: si reformular el concepto de soberanía nacional o confirmar que la corrupción se ha convertido en una rutina diaria para el PP
Estamos todos tan atareados cursando esta especie de máster nacional en derecho constitucional donde nos hemos metido, tan entretenidos siguiendo el carrusel de registros, decomisos e identificaciones efectuadas por la Guardia Civil en lugares tan peligroso como imprentas o empresas de mensajerías que, a veces, se nos pasan o despachamos como rutinarias otras cosas que también tiene su importancia. 
Comparados con la supuesta quiebra de la soberanía nacional puede que para muchos sean cosa menor o incluso bastante pedestre. Pero que un inspector de Hacienda confirme en sede judicial que el Partido Popular se financió ilegalmente, o que las facturas presentadas en su día por  la exministra Ana Mato para acreditar que ella se pagaba sus viajes no se corresponden con aquellos que le regaló la trama Gürtel, son algo más que pequeños detalles que no vale la pena ni comentar porque ya está todo dicho. 
Cuesta trabajo decidir qué puede dañar más a una democracia: si reformular el concepto de soberanía nacional como sostienen desde el PP, o confirmar que la corrupción se ha convertido en una rutina diaria para el partido del gobierno, más frecuente y menos perseguida que ir a votar o formar parte de una mesa en un referéndum suspendido.
No quiero ser malpensado pero hasta me ha dado por sospechar que, a lo mejor, por eso tantos sobreactúan tanto en Catalunya y se pretende convertir el referéndum en una película de acción con buenos, malos, carreras y persecuciones; para que dejemos de hablar de una vez de la dichosa corrupción y nos centremos en “los temas que de verdad importan a la gente”.
De tanto oírle decir al PP que la corrupción era cosa del pasado y ya estaba amortizada parece que muchos se lo han acabado comprando. Pero lo cierto es que aún nos falta la parte más difícil de gestionar: la de su castigo. De su correcta implementación depende que la mayoría decida si vive en un país donde corromperse se castiga severamente y sale muy caro, o vive en un país donde corromperse sale muy barato y el olor a podrido y a corrupción se ha vuelto insoportable.